miércoles, 8 de octubre de 2008



Amílcar Romero



PRIMERA MUERTE S.A.




Adaptación especial del trabajo inédito titulado

1958


La arquitectura de esta bitácora hace que en por lo menos dos oportunidades se interrumpan las entradas y ponga al pie varias opciones. En este caso, siempre cliquear ENTRADAS MAS ANTIGUAS para llegar hasta el final de los TXTs.




El fútbol argentino es un negocio de pocos

que viven con él merced a una

mayoría que humanamente muere con él.

DANTE PANZERI

(circa 1974)

PUESTA EN FOCO

El próximo 19 de octubre, además de caer domingo, también se festejará el Día de la Madre. A esto, en la jerga periodística, se le suele llamar el cotillón o la biyuterí, adornitos que embelesan a los que degustan y se engolosinan con los ornamentos y brillos de lo superficial y altamente decorativo. Pero ocurre que se cumple medio siglo de aquel otro 19 de octubre, a la sazón también Día de la Madre, cuando estaba por terminar en El Fortín de Liniers el correspondiente Vélez-River a la usanza antigua de dos ruedas -un partido de ida, la segunda de revanchas de vuelta-, iban dos-uno arriba los locales, se produce un estallido violentista de los perdidosos por el irreverente falta de respeto y ataque a las leyes del juego como era hacer tiempo para que el árbitro haga sonar los tres fatídicos silbatos finales, cae el arquero local herido en una mano por una cortaplumas arrojada desde la tribuna visitante, dado el reglamento vigente el referí da por terminado el partido y entre focos de incendio en la platea, más un evidente intento de voltear el alambrado para invadir la cancha, una granada de gases lacrimógenos, arrojada con la escopeta respectiva, terminó con la vida del joven empleado y estudiante Alberto Mario Linker, de 18 años, domiciliado en los deslindes de Villa Crespo.

La deshumanizada y frívola profesionalidad con que la prensa en general tiende a sepultar para siempre este tipo de hechos arrastra consigo también la sepultura definitiva de la rica arboladura sociocultural con que algunos, sobresalientes por lo emblemáticos, además de simbólicos y representativos, suelen contener su buena y suculenta miga. No puede tratarse de otra cosa, salvo excepciones que confirman las regla, no que las niegan: tanto el periodismo como los deportes son estructuras hegemónicas a través de la cual el sistema imperante aspira a perpetuar su status quo mediante el abulonamiento de sus valores fundantes. Ahora, por su parte, los sajones suelen hablar de la cruel obstinación con que se presentan los hechos. Desde esta perspectiva, 1958 se empecina en exhibirse como un Año Bisagra con su correspondiente correlato deportivo, y el asesinato policial del adolescente Linker cumple con exceso todos los rigores de la autonomía cultural que tiene esta actividad en la sociedad donde está inserto, tal como contar con una historia propia, tener sus propia cronología con las respectivas efemérides que se van generando, también una legalidad y un tempo (Pierre Bourdieu). También el papel de lo hegemónico persuasivo que cumple el deporte en general, como una estructura segregada para la mantención de los valores del stablishment (Jennifer Hargreaves) sin por eso dejar de lado las vacaciones de la realidad (Herbert Spencer) que los primeros positivistas, padres de la sociología moderna, creyeron encontrar desde siempre en la actividad, todo reforzado por la idea de que en los estadios metropolitanos se celebran antiquísimas ceremonias que representan un sentido inverso de la vida, que lo van a seguir haciendo por milenios (Ezequiel Martínez Estrada), y donde esencialmente en esas ceremonias rituales se representan dos valores fundamentales que son las más caras a sus habitantes: la Proeza y la Muerte (Lewis Munford). La contrasociedad deportiva, que recién va a ser advertida casi veinte años después como negativo ideológico de un sistema cada vez cada vez más insoportable, tarde o temprano, terminaría siendo minada por las implacables leyes de la economía y la lucha de clases (Bernard Jeu). Casi una década después de este asesinato institucional en un estadio de los arrabales del mundo se dará cuenta del surgimiento y establecimiento definitivo de la espectacularización de toda la sociedad capitalista, cuyo hilo conductor para enhebrar la representación con que se presentan todo tipo de hechos, será, justamente, un sentido inverso de la vida (Guy Debord). Con muchos más motivos, el posmodernismo actual ofrece al fútbol como la mejor arena para que el hombre contemporáneo represente su drama (Roberto DaMatta). Nadie debe extrañarse si en cualquier pasaje, salvo algún dato o nombre que pueda resultar disonante, llega a creer que está leyendo algo que sucedió la semana pasada o que va a suceder el fin de semana que viene. Los estadios de fútbol tienen en su origen mismo el insalvable antagonismo de que simultáneamente operan como galvanizadas escafandras que aíslan totalmente de la realidad exterior (Ezequiel Martínez Estrada), pero al mismo tiempo el mundo imaginario que queda ahí representado resulta atrapante, fascinante, por ser el goce religioso, en miniatura, de la sociedad real, una perfecta escenificación de la dicha escatimada y la ilusión repetida (Vicente Verdú).

EL MUNDO ES UNA PELOTA O LA PELOTA ES EL MUNDO

El Puma Armando y el Zorro Suárez: ¿algo más?

Sin embargo, conviene recordar aunque resulte casi perogrullesco o risueño, que mientras tanto, como en el repetido incesantemente tango de Gardel, no sólo el murdo sigue ardarndo, sino que éste incide con sus constantes hipótesis bélicas en las tácticas y estrategias de los once contra once que corren tras la pelota y se machucan a patadas (Verdú). Todavía mucho más en un mundo hiperfutbolizado (Christian Bromberger), pero mucho más insoslayable en un país como la Argentina, con una cultura netamente dominada por el deporte (Janet Lever), a punto tal que en más de un momento resulta difícil distinguir si la realidad está sobre el césped con pantaloncitos cortos o el verdadero partido está en las calles, de civil o uniformada, aulas, oficinas, recintos burocráticos y nichos del Poder. [Ver la deportivización del lenguaje cotidiano.]

Estos lineamientos van a vertebrar el presente intento de rescate del asesinato de Alberto Mario Linker en todas sus posibles dimensiones, a medio siglo de sucedido, sobre todo el entorno sociocultural y político en que tuvo lugar. De lo contrario, no sería otra cosa que un hecho policial más, quizá sólo una feliz crónica roja más. Para nada es necesario que un ciudadano de cualquier parte del mundo tenga que leer las Obras Completas de Sófocles y Freud para tener complejo de Edipo. Por eso, no resulta para nada casual que desde veredas totalmente antagónicas en apariencia como es el multimedios Clarín, por un lado, y la presidenta Cristina Fernández por el otro, hace poquito hayan exhumado este año, hasta con inusitada y culposa algarabía, los cincuenta años de la asunción de Arturo Frondizi a la presidencia de la Nación y el intento de resurrección del desarrollismo por el otro. Sobre la faz futbolera del período hubo un discreto mutis por el foro, como no podía ser de otra manera. El tríptico que componen el 6 a 1 en Suecia frente a los checos en junio y el desmoronamiento de toda una etapa de dirigentes como correlato inmediato, el asesinato de Linker tras cartón y el festejo hasta de La Nación (noviembre 11, 1997) que 1959 fue el Año de los Empresarios, ya con la instauración y pública y desembozada del Fútbol Empresa, al que poco después cierto recato por tanta perversión los lleve a rebautizarlo Fútbol Espectáculo, vertebrados con el debut oficial de la economía de mercado que empezará pregonar el ingeniero Alvaro Alsogaray desde el Ministerio de Economía gracias al 3% logrado con su partido, el Cívico Independiente, justamente creado para las elecciones presidenciales de 1958, muestran una armonía de los hechos obstinadamente consumados que jamás lo planificado y conspirativo podrían llegar a lograr.

Alberto J. Armando, concesionario de la Ford y paradigma de dirigente del aspirante a presidente de la Nación, el actual Jefe de la Ciudad, ingeniero Mauricio Macri, que va a ser uno de Los Tres Mosqueteros de la transformación, compró por primera vez a dos hombres con plata de su bolsillo en 1957, la entonces llamada ala izquierda del Real Madrid que formaban Dante Lugo y Antonio Garabal, oriundos de Ferro Carril Oeste, y cuando en 1959 vuelve de su proscripción por su pública condición de peronista de la primera era y reasume la presidencia de Boca Juniors para quedarse un cuarto de siglo con rango de sultán, se los revende al club que preside y resulta ocioso preguntar qué destino tuvo la diferencia entre las dos transacciones. “Yo tengo derecho a cometer delitos”, llegó a espetarle en la cara al juez en lo penal que lo interrogaba por la estafa de la rifa sin premio con que intentaron levantar la faraónica e inútil Ciudad Deportiva, devenida en algo así como un destartalado Coliseo romano que ni siquiera tuvo nunca cristianos y leones.

Y no bravuconeaba.

HASTA MARIA ELENA WALSH LES CANTO A LOS EJECUTIVOS

José María Muñoz, El Gordo de America, fue la simbiosis exacta y estentórea entre los estadios y las FF.AA.

Ya se apuntó el festejo con bombos y platillos de La Nación que en 1959 había dado comienzo el Año de los Empresarios y adiós a todo viso de romanticismo, medias caídas, camiseta afuera del pantaloncito, no orinar en las escaleras, fair play o cosa que se le pareciera. Lentamente se empezaba a enhebrar la Religión de los Resultados. Eso sí, antes de continuar en otros vericuetos y la avalancha de datos es necesario resaltar que se había iniciado, a la luz del día, en lo simbólico futbolero, con el peso que tiene en la formación de la cultura de masas y la identidad social, la legalidad que será incuestionable, gran negocio de un turbio sector y proceso irreversible que los hombres eran mercancía comprable y vendible. Podían no ser negros y no estar encadenados, sometidos a una dieta de galletas agusanadas y agua apenas potable, como nos enseñaron en la escuela que había sucedido hasta la Asamblea de 1813, cuando formalmente se decretó la libertad de vientres; a partir de ahí, lucirían pantaloncitos cortos, harían goles magistrales de los otros, los ovacionarían hasta el desgañitamiento y los idolatrarían toda la eternidad que tiene ese un ratito en la historia, por mucho tiempo materializada en la tapa de El Gráfico, reciclando una nueva forma de esclavitud con cadenas de oro que una minoría podría convertir en campos, pizzerías, autos último modelo o starlets en ascenso para ser también materia comerciable en la prensa del corazón.

También que la intrepidez y la ayuda de una sociedad huera, casi al garete, los llevó a intervenir de lleno en la Guerra Fría y ofrecerse como paradigma. Más que nada Armando, que de los tres era que tenía un discurso más articulado y un vozarrón por momentos intimidante, con la para nada despreciable boca de expendio por Canal 11 de formar parte del elenco estable de Tiempo Nuevo, conducido por Bernardo Neudstad, todavía en blanco y negro, el fútbol argentino era el más rotundo mentís de la pregonada lucha de clases que agitaban los comunistas sobre los endebles cerebros de los jovencitos: ¿acaso en las tribunas, todos los fines de semana, no se abrazaban como hermanos hasta el más chancho burgués con el más hediondo zaparrastroso? ¿Eh?

Bueno, eso siempre y cuando, entre otras cosas, tiraran para el mismo lado y en la AFA los clubes chicos no se debatieran como gatos entre la leña ante el arrollador avance de Los Grandes, con River y Boca en primera línea. Pero este tipo de detalles no sólo no llegaban a debatirse públicamente, sino que pudorosamente se los evitaba. El deporte, antes que nada, une a los pueblos.

La casualidad no es determinante, pero existe y suele aportar su granito de arena. El 24 de abril de 1958 los libertadores decidieron privatizar Radio Rivadavia, que ya llevaba 30 años. Se la dieron a dos corporaciones amigas, por supuesto, y ese mismo año se da que muere Edmundo Campagnale, el creador de La Oral Deportiva, un bastión que todavía subsiste, y al que premonitoriamente acompañaba la finura de Enzó Ardigó, director de Radiolandia, crítico de cine y periodista de espectáculos, en el primer ensamble entre estos dos ámbitos que hoy están fundidos. El lugar del pionero fallecido fue ocupado por José María Muñoz, (a) El Relator de América, hombre de confianza del Ejército y uno de los puntales del Mundial 78, y que durante 35 años prácticamente va a monopolizar la información y transmisión futbolera.

Ya estaban todos los protagonistas en la cancha. Faltaba el puntapié inicial.


DE LA TERRAZA AL SUBSUELO, SIN ESCALAS

Corbatta, Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz. ¡Chofer, bajamos en la próxima!


El asesinato de Linker, además, está perfectamente encuadrado en el medio de una polaridad sorprendente por cualquier lado que se lo quiera asir o abordar. El paso de los años decanta inexorablemente los detritus y otras turbiedades. En materia futbolera, estrictamente deportiva, de los incomparables Carasucias de Lima 57 al resonante 6 a 1 de los checos en Suecia 58; en lo institucional, de la boqueante pantalla de asociaciones jurídicas sin fines de lucro como teóricamente tendrían que ser los clubes se van perversamente a travestir en lo que un juez en lo penal va a llegar a rotular Sociedades Anónimas que amparan el accionar de asociaciones ilícitas, ya en 1967, y a las barras bravas complemente al sol como manifestación de delincuencia social organizada, y apenas había dado comienzo el reinado empresarial, como ya se vio en La Nación, que sucedió en 1959. A todo esto, ¿quién dijo Estado o autoridades pertinentes?

Acotando al máximo lo témporo-espacial, el de Linker contabiliza todos los lugares comunes de estos asesinatos cuyo incremento, año tras año, va a acortar los lapsos entre uno y otro, para a partir de Puerto Argentino llegar a ser casi una catarata de cadáveres. Por lo tanto, más que obvio, aquel 19 de octubre, hace medio siglo, fue preludiado por una refriega de aquellas entre la hinchada visitante y la Policía Federal, seguida después de una mirada de Yo no fui, a mí por qué me miran por parte del aparato de administrar justicia teóricamente independiente, y la cereza del postre, como no podía ser de otra manera, la AFA, bajo la batuta del frondicista Raúl H. Colombo, produciendo un bochorno público que sigue siendo si alguna vez van a proseguir con de la asamblea pasada a un cuarto intermedio que hasta el momento de estarse tipeando esta bitácora todavía sigue, rendir cuentas jamás, y tras cartón una amnistía al paso que exhibe, para no dejar lugar a dudas, que todos somos iguales ante la ley, pero hay algunos que son más iguales que otros.

Sobre todo, más grandes y poderosos.

Pero lo que no se puede pasar de largo y menos ignorarlo es el editorial del vespertino La Razón que todavía no se había despulgado del asesinato de su abogado, el doctor Marcos Satanowsky, ocurrido el 13 de junio del año anterior, la Cámara de Diputados había nombrado una Comisión Investigadora, Rodolfo Walsh seguía publicando sus informes semanales en Mayoría y estaba a punto de traerse de Paraguay una confesión escrita y firmada de puño y letra sobre la autoría de Américo Pérez Grisen, ex agente de la SIDE y vendedor de armas, y en sus ediciones del martes 21 de octubre de 1958, a dos días del asesinato, cuando por primera vez se anoticia a la sociedad argentina propalando la existencia de unas llamadas barras fuertes. Encima dando detalles, como se verá después. Uno de los cabecillas de esas barras fuertes, para nada casualmente, era el presidente de un club fundado en Sarandí con su hermano menor Héctor, que era el Nº 10 y capitán del equipo, porque si bien eran acérrimos hinchas de Independiente de Avellaneda desde que largaron el biberón, ahí el negocio de traficar con ganado de dos pies estaba copado por un caudillo del fuste y la envergadura de don Herminio Sande, encima punto radical de toda la zona con Crucecita como epicentro. Era Julio Humberto Grondona y lo fundado, patinando con uñas y dientes en la 1ª D para no caerse al vacío, era el Arsenal Fútbol Club, batiendo la zona del Sarandí del viaducto y alrededores, al parecer bastante descuidada de ojos avizores de talentos, porque en la primera parte de los ’50 el Arsenal de Lavallol fue un semillero ya había dado lugar al surgimiento de ejemplares de fuste, tal como Humberto Dionisio Maschio, (a) El Bocha, y Antonio Angelillo, dos de los tres Carasucias de Lima 57, más otras figuras de relieve no sólo nacional como Vladislao Cap y Angel Clemente Rojas, (a) Rojitas, chatarrero de los desperdicios de las fábricas metalúrgicas de los alredores junto a los hermanos Spadone, todos oriundos de Avellaneda y alrededores.

Casi se podría decir que ese trío de centrales fueron algo así como la quinta esencia de los Carasucias, unos mocosos que apenas si alcanzaron a jugar juntos media docena partidos y se convirtieron en leyenda, consagrándose campeones sudamericanos con un rotundo 3 a 0 al Brasil que ya tenía a Pelé en el banco y que partir del año siguiente empezaría a tomar la costumbre de quedarse con la copa Jules Rimet. Era tal la suficiencia y la autoconfianza que El Loco Corbatta solía comentar no sin segundas que la noche del Brasil de Brandao, El Patón Rossi, con un faso colgándole displicente de la boca y la cena a medio digerir, había entrado al vestuario y dirigiéndose al siempre amable DT, le preguntó con toda seriedad:
-Maestro, ¿a quién le tenemos que ganar esta noche?
Ni el fixture sabían.

El Bocha fue vendido al Bologna en una cifra no tan astronómica como la que pagó la Juventus por El Cabezón Enrique Omar Sívori, quizá incluso hasta algo menor de lo que desembolsó el Inter de Helenio Herrera por Antonio Angelillo, pero por ahí anduvo, y terminó su carrera nada menos que en Racing de José de 1967, el primer campeón mundial de clubes, y después con un discreto paso como DT. El circuito montado para esa tierra de nadie de Avellaneda Sur y el ramal hasta Temperley, para no superponerse con los Diablos Rojos de Sande & Cía., estaba formado por Arsenal de Sarandí como punto de arranque, un Quilmes Atlético Club siempre medrando en la 1ª B para no perder la costumbre y utilizado escala técnica para el fogueo porque siempre fue una división donde se aplicó más la suela fuerte que las exquisiteces, y luego catapultarlos vía el Racing Club o River Plate. El artífice de todo eso era un personaje de fuste en toda la zona, públicamente ignorado, sólo rescatado del olvido en el libro que sacó Roberto Perfumo: El Gordo Díaz. Un personaje cuya figura se agranda si se toma en cuenta que en aquellos años no había intermediarios ni gerenciamientos que se parezcan.

Hijos de un ferretero con corralón de materiales, los Grondona no han terminado todavía de cumplir un periplo que por lo menos se puede calificar de singular. Julio Humberto, el más sagaz, cara de póker y frases hechas con tono para nada amistoso, todo lo contrario, para hacer rebotar cualquier interrogante de fondo, va a volver a Independiente en los '70, se va a encaramar en la presidencia y de allí la otra estación fue el máximo sitial de la AFA, el Ministerio de la Pelota, de la mano del entonces todopoderoso Carlos Lacoste como último recurso porque los candidatos que tenía primero le fallaron. Su debut fue hacerle cantar la palinodia en su flamante despacho al morocho Rudolfo Manso, por entonces en Vélez y que había jugado de marcador de punta derecha para el Perú del famoso 0-6 de Rosario en el Mundial 78 y se había atrevido a deschavar, con algunos vinos demás, en la compañía de un exótico auxiliar del Colorado Manuel Giúdice, por entonces DT de los de Liniers, a los que algunos recurrían por las dudas, como era el ex campeón de los medianos Jorge Fernández, luego impulsor de un próspero quiosco solidario como la mutual para la Casa del Boxeador, y en rociada sobremesa compartida le habría confidenciado cómo habían sido los detalles de la vendida. Vaya a saberse cómo, aunque todos lo sepan, fue recepcionado por el oído indiscreto de uno de los periodistas que nunca faltan y ardió Troya.

De ahí en más hasta la fecha, Don Julio ha sido inexpugnable a los cambios de gobierno, movidas de piso, zancadillas y otras delicadezas. Para colmo, a la sombra del brasileño Joao Havelange, consiguió trepar hasta la vicepresidencia en la FIFA que había dejado vacante Lacoste y hoy por hoy es el tesorero de la más grande Multinacional del Entretenimiento masivo, cargo que mantiene a pesar del relevo producido por el ascenso de Joseph Blatter.

Por el otro lado, hasta un enfrentamiento con su hermano mayor, Héctor cosechó como dirigente del Arsenal F.C. y también un retorno a Independiente el récord de ser el dirigente más sancionado por hechos de violencia. No hizo diferencia entre divisiones inferiores de los contrarios, árbitros, lo que sea. Nacer, crecer y sobrevivir, en Crucecita, no es moco de pavo.

Por su lado, para Julio H. todo parecen ser rosas. No sólo un chalet en La Brava de Punta del Este, a un paso de la para nada sobria residencia de Emir Yoma, con quien han emprendido en Buenos Aires más de un considerable negocio inmobiliario, total el cemento, la cal, arena y el canto rodado está asegurado por el corralón de Sarandí, en cuya oficinita sigue atendiendo las discretas cuestiones de la casona de Viamonte al 1300, sino que bajo su sultanato jamás la Argentina ha ganado tanto deportivamente –otro título mundial, un subcampeonato, dos olímpicos, docenas de Copas América y de tantas otras que el hipermercantilismo deportivo no deja de inventar-, pero en el haber tiene la mayor cantidad de muertes de a una, ya que va bordeando los dos centenares, y el desarrollo de los barras bravas como factor autártico de poder, completando la tríada con dirigentes y jugadores en representación de un ideal del Hincha Argentino por antonomasia y con mayúsculas. Lo que jamás se puede decir, a pesar de su pasado violentista no tan lejano -en 1994 casi se come crudo a un árbitro paraguayo en un aeropuerto uruguayo-, que se haya excedido en los primeros tiempos de agarrarse a piñas hasta que saltaba la chocolata o volaba algún diente por un bandera, nada más, a piña limpia, reconocido con bastante cinismo para una tapa de La Nación, a coro con el máximo capo barra brava de entonces, con acceso directo a su despacho de la AFA sin juntar orines como cualquier otro dirigente, que "en la Argentina si no hay un muerto no pasa nada”, es que haya ordenado cualquier acción violenta, menos que menor mandar a matar a alguien. Ni sus más acérrimos enemigos, que los tiene por legión aunque practiquen la adulonería de manera abyecta. Ahora, eso sí, del mismo modo resulta imposible encontrar que haya hecho algo aunque sea para paliar la violencia futbolera. Su creencia legitimadora [Carlos Marx] es que esa violencia está en la sociedad y que por lo tanto es un problema policial donde la dirigencia deportiva no tiene nada ninguna responsabilidad ni nada que hacer como no sea confeccionar los fixtures, imprimir las entradas, nombrar a los referís y sancionar a los jugadores que no observan un comportamiento acorde a lo que mínimamente se puede todavía seguir considerando deportivo. Mientras tanto, todas las semanas, de las arcas de la AFA es de donde salen los dineros para los que van a matar (léase: policías) bajo el rubro servicios adicionales y los talonarios de entradas gratis para los que van a morir, cuando no también a matar (léase: barras bravas), y así poder cumplimentar el vital aliento moral a todo trance. Sin contar el nunca aclarado y pingüe negocio de las falsificación de entradas como el charteo de Súper Barras Bravas a los mundiales, como ocurrió en 1990, donde se tuvo la tupé de embarcarlos en el mismo Jumbo 747 de Aerolíneas Argentinas reservado desde varios meses antes para llevar a los dirigentes e invitados especiales a los que después los discos duros le hacen crash y se olvidan de todo lo que ven, oyen y dicen. En un país de medias lenguas, datos confidenciales, cantidades de no vayas a decir que yo te lo dije, no hay corrillo oficial en que no se lo acuse de borrarse de cuanto puede, que es más escurridizo que una anguila envaselinada y varias cosas más.

Escupidas al ventilador, al fin y al cabo. ¿Por qué los cagones con cargos públicos nunca se le animaron y le dijeron en voz alta lo que sabe todo el mundo?

Todo un fenómeno, no se puede negar.

Un fenómeno bien argentino, por cierto.

Y desde 1956 en la génesis de la violencia futbolera organizada, como fueron las barras fuertes denunciadas por La Razón ya desde octubre de 1958. Amén de contabilizar a su favor, que es lo mejor que sabe hacer, con un respetable monumento en vida, erigido casi medio siglo después de actividad consecuente e ininterrumpida: el Estadio Julio Humberto Grondona, todo de cemento pintado de un celeste azulado y un rojo apagado, por supuesto, que el Arsenal F.C., inauguró casi abajo del viaducto de Sarandí en agosto del 2004.

CUANDO EL PLANETA EMPEZO A SER BIEN CHIQUITO

El viejo Hospital Salaberry, en Mataderos. No hubo manera de apretar a la guardia para cambiar la causa de muerte a la quería la policía.


A todo esto, desde el año anterior, 1957, estaba orbitando a la Tierra el Sputnik II que en su interior llevaba a Laika, una pulgosa moscovita, de raza PP (Puro Perro) paladar negro, que tuvo el raro honor de comprobar fehacientemente para la especie humana que un ser vivo podía romper la gravedad, en este caso, como se supo mucho después, sobreviviendo nada más que cuatro o cinco horas al despegue porque o hubo un error en la presurización del habitáculo o el material del satélite soviético no era lo suficientemente termoaislante como para que la pobre no muriera achicharrada.

De todas maneras, de noche, cuando la trayectoria trazada lo acercaba a la Tierra, la gente se amontonaba a ver pasar ese puntito luminoso, minúsculo, se creía que con la pobre pichicha adentro, quizá ladrando desesperadamente su angustiosa e ingrávida soledad, podrida que trataran de distraerla con el prendido y apagado de luces rojas de todo tamaño y en todo lugar. La URSS había tomado de manera indubitable la delantera en la carrera espacial para estupor del 99% del pulcro occidente democrático y cristiano. Una multitud de almas súbitamente sensibles para con los animales, en plena Guerra Fría, puso el grito en el cielo por esta nueva y clara demostración de lo inhumano del sistema comunista, totalitario a grado extremo y ateo, como si fuera poco, que solamente perseguía la disolución de una institución sagrada como la familia y la hegemonía mundial, y ahí más encima se la agarraba con uno de los animalitos con que otro ruso, pero como la gente, el profesor Iván Pavlov, nada de tovarich o camarada que el Potemkin ni siquiera había sido botado, quien a principios del siglo XX había elaborado la Teoría de los Reflejos Condicionados sin necesidad de matarlos a los pobres animalitos, solamente engañándolos y haciéndolos ladrar con una lucecita roja que les hacía creer que era comida y salivaban como locos.

Al mismo tiempo mucha gente todavía creía en la súbita aparición del Avión Negro que traería de vuelta al General y no faltaban, sino que abundaban, los que en las noches estrelladas se pasaban horas mirando por donde después pasarían los Sputniks comunistas. A tal punto llegó la mitificación que en 1970 Germán Rozenmacher, Tito Cossa, Ricardo Talesnik y Carlos Somigliana hicieron una obra de teatro que fue todo un éxito. Pero en 1958, todavía vigente poder mencionarlo sólo como El Tirano Prófugo y su paso por el gobierno de casi una década con la etiqueta de La Segunda Tiranía, el susodicho, que ya estaba en la segunda etapa del que iba a ser un largo exilio, luego de la primer parada táctica en el Paraguay del Colorado Alfredo Stroessner, encima que en Caracas le robaron el piano, no las tenía toda consigo. Un aglutinamiento regional de la Gran Logia de los Hermanos Masones, la sociedad secreta más grande en la historia de la humanidad, encabezada por el costarricense José María Figueres Ferrón, que presidía un país considerado paradisíaco por lo privilegiado de su naturaleza y por no tener fuerzas armadas, elecciones libres cada tanto y ningún bochinche de ninguna especie, se había encargado de colectar lo suficiente en las grandes logias caribeñas continentales para acabar con las tiranías que la asolaban. El puntapié inicial fue la de Marcos Pérez Jiménez, que se derrumbó el 23 de enero sin hacer mayores estrépitos. Al mismo tiempo fueron contactados por otros que venían de México y les dieron cuenta acerca de unos barbudos, muy jóvenes y algo aventureros, algunos de los cuales habían participado en el fallido intento de El Moncada: estaban preparando a todo vapor un desembarco en Cuba para derrocar a Fulgencio Batista. Le dieron algo de apoyo monetario, no mucho, porque la Hermandad de la isla siempre había andado por la suya como lo seguiría haciendo, pero al fin y al cabo querían ponerle punto final a otro sangriento despotismo, los hermanos de ahí eran al fin y al cabo también del palo de los de la Escuadra y el Compás, un mantelito en la cintura y saludo con tres dedos, por lo que era un deber fraternal colaborar de alguna manera.

ESTANCIA CARIBEÑA Y COMPAÑIAS

Expulsado de por vida de la diplomacia argentina, Antonio Vespucio Liberti fue preso en Génova como cónsul del primer peronismo. Se trató de un error: lo descubrieron...
A la intemperie, Juan Domingo Perón, después de alguna escala en Panamá, la de mayor aislamiento y pobreza de elementos, en la ciudad de Colón, donde mantuvo un flirt con una morocha norteamericana cuyos padres lo denunciaron por secuestro pero donde sus amigos creyeron ver la mano de la embajada respectiva para aislarlo y que se agenciara de otros lugares de reclutamiento de sexo débil cariñoso y donde en un lugar nocturno, en un episodio más oscuro que el lugar, habría entablado relación con una bailaora de por lo menos estrepitoso taconeado flamenco, oriunda de La Rioja -pero La Rioja argentina-, más otros menesteres de rutina en esos lugares sólo aptos para paliar soledades y que se va a convertir en su tercera esposa, para terminar recalando en el Santo Domingo de Rafael Leónidas Trujillo y Molina, considerado el paradigma mismo de lo tiránico y asesino, con un hijo llamado Rafael Leónidas Trujillo Martínez que aparte de no mostrar en público estar dotado con demasiadas luces, se la pasaba en Hollywood derrochando a troche y moche, lo más ostentosamente y al aire libre posible, millonadas de dólares con estrellitas de décimo cuarta mientras en su país la mayoría de la gente no tenía para comer y de salud pública o lujos como una vivienda decente mejor ni hablar. A la muerte de su santo y todopoderoso padre, el Junior ostentaba en las cachas de lo viril cinco esposas bien servidas y nueve hijos. Gracias a él y más de un escriba de Hollywood se acuñó el estereotipo del País Bananero y los dictadores de papel maché, con sus cerebros llenos de vacío y un resentimiento generalmente proveniente de sus orígenes miserables y el apunamiento que al parecer produce llegar a la cima del poder sin un basamento de ideas que le marquen objetivos claros e intentar solamente borrar todo rastro de tan paupérrimos y vergonzantes pasados. Para colmo, Santo Domingo siempre gozó del privilegio de tener como vecino a Haití, considerado el país más pobre de la tierra. En aquellos años tenían la bendición de ser gobernados a destajo por François Duvallier, Papá Doc para los íntimos, rodeado de los amateurs denominados VSN (Voluntarios de la Seguridad Nacional), inspirados en los Camisas Negras italianos de Il Duce, y que luego fueron mundialmente más conocidos como los Ton Ton Macoute, y que como no cobraban ni un céntimo por tan patriótica y necesaria tarea, vivían de los botines de guerra conseguidos en saqueos sin discriminación y no escatimaban esfuerzos en lograr la remuneración mínimamente justa que se merece todo trabajador, llegando incluso a degollar las víctimas. Papá Doc y Trujillo y Molina tuvieron firmado un tratado mucho más sólido y contundente que el de Hitler y Stalin: díscolo que intentara cruzar la frontera común, ni hablar de disidentes o contrarios a sus respectivos regímenes, periodistas aborígenes y mucho más si eran extranjeros o todo lo que se pareciera, viniera de donde viniera y fuese para donde fuese, cada uno se encargaba de darle su merecido final sin tener por qué andar rindiéndole cuentas al otro.

De manera no tan salvaje, cuidando un poco más el refinamiento en la aplicación, aunque la metodología y el resultado fueran los mismos, en la otra punta de la isla, Ciudad Trujillo como se rebautizó a la capital, el encargado de segar sin miramientos cualquier arresto de disconformidad era un coronel croata, quien había estado en la segunda guerra junto a uno de los mitos más caros del nazi fascismo, como lo sigue siendo Ante Palevic, jefe natural de los espeluznantes Ustachas, quien gracias a una manito del Vaticano estuvo un tiempo refugiado en Buenos Aires y Mar del Plata en los últimos años de la Segunda Tiranía, y como no podía ser de otra manera terminará sus días poco después de estos acontecimientos que nos ocupan, en 1959, en la España del Generalísimo por la Gracia de Dios. Su fiel seguidor y discípulo con grado de coronel, en su nuevo destino tropical, había puesto de moda salir de noche con Volkswagen en su modelo más divulgado y conocido como Escarabajito, para chuparse y borrar de la faz de la tierra a cualquier aspirante a revoltoso. Se llamaba Milo de Bogetich y se hizo muy amigo del matrimonio constituido por el dos veces viudo Perón y María Estela Martínez, espiritista que respondía al sobrenombre de Isabel o Isabelita con que la habían bautizado como miembro de la Escuela Científica Basilio cuando había venido de su provincia natal a Buenos Aires. Según el alemán Hans Magnus Enzerberger, en un clásico como Política y Delito, lo pone al militar croata reciclado cenando por lo menos una vez por semana con la mencionada pareja de argentinos que se encontraban allí acogidos a los beneficios del exilio y al régimen imperante lo cataloga sin miramientos ni dudas como el paradigma mismo de la opresión y el terror. En cuanto al personaje de importación, incluso muchos años después que la echaran, carente del apoyo espiritual de El Brujo López Rega, y ya asilada en Marbella, España, el coronel hizo su reaparición pública, la viuda hasta lo trajo y lo paseó por Buenos Aires cuando vino a retirar durante el gobierno de Raúl Alfonsín unos 9 millones de dólares que andaban dando vuelta de la herencia. Pétreo, mudo, casi caricaturesco personaje prototípico con la imagen externa del hombre malo y desalmado, no dejó de estar a su lado, dicen que para asesorarla. Fueron fotografiados a destajo: él marchando como un custodio de lujo, luciendo entre matón y galán de aledaños, su rostro bien balcánico, escalofriante, con gafas negras sin arco…Incluso había integrado junto a ella, lógicamente, el surtido y discepoleano pasaje del Avión del Retorno, en noviembre de 1972, junto a José López Rega, también conocido como El Hermano Daniel a la horas de los esoterismos, un hecho que quiso ser histórico y terminó en carnicería, frustrado por la Masacre del Puente 12, obligando a la máquina del vuelo regular Nº 3584 de Alitalia con 154 personas a bordo a buscar un aeropuerto de alternativa en la Base Aérea de Morón. (Resulta inevitable una digresión sobre este hecho: en el dichoso palco de la masacre, donde el estimativo de víctimas fatales nunca baja de unos 400 y de un solo lado, tirando al bulto, estaba François Chiappe, (a) Labios Gruesos, para algunos el Nº 2 de la French Connection de la heroína cuyo jefe era Joseph Papá Ricord, protegido sin querer por Stroessner que hizo lo indecible por retenerlo hasta que no pudo más con la presión norteamericana para que lo entregara. En 1997 Chiappe volvió a la Argentina lo más campante y se instaló en La Falda y solicitó la residencia permanente en el país, total después del pasaporte a Monzer Al Kazar en 24 horas y venderle armas a Croacia, la cosa estaba para eso y mucho más, llegado el caso. Luego los rastros se pierden y para algunos habría fallecido en el 2001. Y una última vuelta de tuerca sobre ramificaciones que parecen no querer terminar nunca: Chiappe había sido detenido en la Argentina y no por Carmelita Descalza. Estaba adentro de Villa Devoto el famoso atardecer de la pueblada liberadora de la gloriosa Juventud Peronista, el 25 de mayo de 1973, después de la asunción del doctor Héctor Cámpora como presidente de la Nación, quien inauguró el cargo estampando la firma en la amplia, muy amplia, demasiado generosa amnistía que le reclamaban a gritos con la consigna “La sangre derramada/ nunca será negociada” y que se abrieran las rejas sin discriminación alguna. Porque entre los militantes guerrilleros, aparato de superficie, cuadros sindicales y estudiantiles y demás que fueron liberados en medio de una vocinglería y un caos infernal, en la lista elaborada por los parlamentarios peronistas estaba claramente incluido, sin lugar a equívoco alguno, François Chiappe, el que lo más choto salió por la puerta de Bermúdez y se fue para algún lado seguro después de haber compartido la los rigores de la cárcel con los compañeros de los que por lo menos había baleado a destajo desde el Puente 12, sobre la autopista Ricchieri, apenas poco más de medio año antes. Preguntarse quién lo incluyó en el listado, en medio de semejante quilombo en la calle, el Congreso y todas partes, además de un interrogante oligofrénico, puede desatar una de las tantas paranoias de los fundamentalistas que nunca faltan ni van a faltar.

Retomando la hilacha del prócer croata, hay más: en lo caótico y enrevesado de la documentación sobre cualquier asunto o tema que aunque sea roce sin querer al peronismo y su festón caleidoscópico, en un sitio de la red de inocultable simpatía montonera llegan a darlo hasta como guardaespaldas del caudillo. Durante su corta pero comentada estadía en Buenos Aires, a poco de asumir Alfonsín, quien le hizo prácticamente de vocero de prensa o, quizá mejor, retocador de su imagen, fue un secretario de redacción del por entonces cada vez más exitoso Ambito Financiero de Julio Ramos, el matutino de la Bicicleta Financiera por excelencia si lo había, si es que a su muy peculiar dueño y director no se le subía de repente la mostaza bostera y en medio de especulaciones bursátiles que bordeaban la metafísica aristotélica, en la surtida sección de alcagüeterías titulada Conversaciones de Quincho entraba a ver conspiraciones antiboquenses de cualquier calibre y en cualquier lado, dignas de encabezar cualquier Manual del Fundamentalismo Futbolero Paranoico, aunque resulte prácticamente imposible encontrar alguno que no lo sea. Mucho más joven que el personaje que representaba ad honorem, de gaucho, haciéndole la pata al paisano, el secretario de marras lo conocía al Milo de otras tenidas, todas en Europa, con un comienzo en el afín origen nacional, más una notoria vecindad ideológica por más que hacía lo indecible por tratar de disimularlo. Así como Nicolas Chauvin no puede ser otra cosa que francés, Ante Palevic no pudo haber sido más que croata. La preocupación que trasmitía como una letanía este profesional del círculo íntimo de Julio Ramos, especializado en los avatares de la economía liberal que se preparaba para reinar, siempre de parte del coronel, era la cantidad de pavadas que la prensa criolla de cualquier tipo que a su parecer tiraban sobre y contra su persona, sobre todo casi siempre rumbeando para el dormitorio. Pero lo que más lo preocupaba, como buen caballero que era, residía en aquellas que directamente o de emboquillada lo hacían con el objetivo de enlodar de alguna manera a La Señora, como era la nomenclatura oficial, y que constituían el 99,5% de lo desparramado como papel picado en carnaval. Aseguraba con un convincente entusiasmo que todo lo que se comentaba acerca de su nazismo y colaboracionismo eran pelotudeces de cuarta.

Todavía no había tenido en Buenos Aires la divulgación que tuvo después la traducción al castellano de Seix Barral del libro de Enzensberger que data de 1966, por lo que lo de su fructífera estadía en Ciudad Trujillo, safaris nocturnos en autitos alemanes y amistades para veladas animadas con largas y conversadas sobremesas no salieron a relucir para nada. La ruptura de relaciones de cualquier tipo que haya mantenido con la Chabela, al muy poco tiempo de su raudo paso por la Reina del Plata, no había sido en lo que suele llamarse de manera cursi buenos términos, según alguna prensa española. En lo que se coincide es que su fallecimiento se produjo no mucho después, en 1988, en una tierra siempre cobijadora y fraterna para los cofrades como en todo momento supo ser el Paraguay de Stroessner.

Todo un modelo a imitar. Sólo que en vez de Escarabajitos, mejor Falcon color verde, y cartón lleno. Nadie crea que nos hemos ido muy lejos y perdido en lo laberíntico de las asociaciones fáciles y que ahora estamos como gatito en lo más alto de árbol sin saber cómo hacer para bajar. En el fútbol todos los caminos también conducen a Roma, casi siempre con escala técnica previa en la ultraderecha y en las fronteras mismas de la legalidad, con incursiones muy veloces del otro lado de la raya que corren por cuenta y cargo de la proverbial picardía criolla criolla del potrero o la nunca bien ponderada viveza nacional y popular.

UN MUNDO CELESTIBLANCO

Logotipo de un sitio con una radio on demand de música relacionad con el deporte en Internet


Argentina reafirmó en Lima lo que Valentín Suárez & Co. habían descubierto y puesto sin ambages sobre el tapete, con bombos, platillos y churumbeles, cuando se le ganó, en 1953, en el Monumental de Núñez, con el mismísimo Perón en el palco oficial y a cargo del puntapié inicial, por primera vez a los ingleses 3 a 1: no había con qué darnos. Contra la habilidad y picardía innata del jugador criollo, jamás podrían superarlos esos armatostes grandotes al pedo, torpes, bien entrenados, sí, pero que terminaban mareados por tanto toque. Después, cuando los tiempos así lo aconsejen, toda la estantería se le va a dar vuelta como paraguas en la tormenta, siguiendo la máxima del General, quien cuando le preguntaban si su ideología era de derecha o de izquierda, respondía imperturbable: “Según los hechos.” A principios de los ’70 en cuanto reportaje le hicieron dijo exactamente lo contrario sin siquiera ponerse colorado. Estaba codo a codo con Juan Carlos Lorenzo, (a) El Toto, discípulo del Helenio Herrera del Inter y el doble catenaccio, quien pregonaba, con un perfecto y envidiable manejo de la paronimia: “Hoy no se juega el fútbol; se corre al fútbol.” En aquellos años, soportados por los indudables triunfos de un superdotado como Juan Manuel Fangio, (a) El Chueco, con aquellas catraminas pisteras que preludiaron a la F1 contemporánea, más lo vocinglería de los hermanos Sojit que inventaron que cada día soleado era un Día Peronista, no habíamos jugado contra nadie, estábamos aislados, pero éramos los mejores del mundo, qué joder, y el que no estaba de acuerdo que demostrara lo contrario si le daba el cuero.

Entre las muchas banderillas que le clavaron al toro del imaginario colectivo nacional, a falta de ideólogos que ayuden a zafar ahí están las inagotables usinas del humor ácido y coprofágico, que hay que reconocer que no deja de ser una alternativa tan momentánea como saludable e ingeniosa por donde se la mire. La Revista Dislocada, un éxito total en la radio de los ‘50 que escribía y dirigía Delfor, impuso la muletilla del She dishe pero no lo vamo a hasher, en boca de un funcionario abstracto que respondía a un mucho más abstracto interrogatorio periodístico, y también mucho antes de embocarla, ahora sí para la Historia con mayúscula: la dichosa y casual nominación de gorilas para los antiperonistas que habían triunfado en setiembre de 1955.

Cuando en abril de 1957 se barrió con cuanto rival se cruzó para que la Copa América o Campeonato Sudamericano, como quiera llamársele, volviera a Buenos Aires, con Raúl H. Colombo a la cabeza, ya titular de la AFA, se juró por todos los santos del cielo que sobre todo a Maschio, Angelillo y Sívori, los tres centrales de un equipo que tocaban como una orquesta no se los vendería jamás de los jamases. A todo esto, Colombo, para variar, tenía lo suyo. Provenía del club Almagro, fundado en 1916 sobre los restos del Liberal Argentino, a un paso del Parque Centenario, donde en períodos separados lo presidió durante unos ocho años. Mucha alcurnia futbolera jamás curtieron, pero es el único club que ostenta la curiosidad de tener como marcha a un tango común y silvestre, obviamente intitulado Almagro, de Vicente San Lorenzo e Iván Diez, que data de 1930 y lo dejara grabado nada menos que Carlos Gardel. Instalados en Medrano casi Díaz Vélez, en la misma barriada, con una fama sin igual de ser un garito de aquellos, empezaron a buscar un lugar verde para hacer una cancha, cada vez más escasos y caros en la Capital Federal, por lo que recalaron en José Ingenieros, donde inauguraron un gallinerito en 1956 y cuyo puntapié inicial, entre otros figurones, lo dio don Raúl, ya presidente de la AFA, el Ministerio de la Pelota con teléfono rojo directo a la Rosada, porque al respectivo titular que respondía a los peronistas le habían marcado el camino del túnel (no había tarjeta roja entonces), y luego de un breve interinato, el por lo menos no peronista de pura sangre fue el ex titular de un Almagro, institución cuya importancia y peso futbolístico había que levantar varias baldosas para encontrarlos. Pero hete aquí que la llegada triunfal de Arturo Frondizi al gobierno lo encontró casualmente alineado en la UCRI, y como Facundo Quiroga en su tiempo, que saltó de sargento a comandante sin estaciones intermedias, y también como haría después el Hermano Daniel, de cabo a comisario general de la Policía Federal del mismo modo, con la única incomodidad de tener por lo menos que agregarse las jinetas correspondientes, Raúl H., que era celador de un secundario estatal de la zona consiguió que lo designaran rector de un plumazo y ya está. Bajó su batuta estarán los Carasucias de 1957, sentarse y hacerle pito catalán y un corte de manga a que no iban a vender a ninguno y la media docena checa envuelta para regalo en Suecia, como hacerle su lugar sin pestañear al Fútbol Empresa con una troika gobertando entre bambalinas. Y si bien los vientos históricos se volverían cada vez más cambiantes, él, mal que mal se las ingenió para hacer la plancha hasta 1964, en medio del batifondo uniformado de Azules vs. Colorados y el interinato del anodino rionegrino José María Guido.

En 1957, como primera medida, al grito de She dishe pero no lo vamo a hasher, lo primero que se hizo fue vender al excepcional trío de centrales, haciendo casi omiso a todas las puteadas imaginables que ocultaban la falsa conciencia que primero la guita y después hablamos. Don Guillermo Stábile, un Nº 9 de Huracán y la selección que había sido un exquisito jugando y metiendo goles, era un DT de la época, pintado: lo más atrevido que le indicaba a un jugador era que hiciera lo que sabía hacer y que se desmarcara, como confesaría El Bocha Maschio muchos años después, con una sonrisas entre la piedad y la nostalgia. Así que para ir a Suecia rejuntó lo que había quedado del remate por fin de temporada y entre otras cosas reemplazó en el arco al Rogelio Domínguez que se había ido a España por un Amadeo Carrizo, (a) Tarzán, arquero que marcó una época no sólo en la Argentina, salvo cuando jugaba contra Boca en la Bombonera y ese año demostraría que cuando tenía que ponerse bajo los tres palos de la selección.

-No lo podías creer, pibe –se cariaconteció Corbatta en aquel bolichón de la avenida Belgrano, frente al Fiorito-. Era un arquerazo. Nos jugábamos una montaña de guita cada vez que me tocaba patearle un penal por el campeonato. Además, éramos amigos, nos queríamos un montón. Pero estábamos en el vestuario con toda la selección, lo veías ponerse la camiseta y era otro: se cagaba, se cagaba todo…
-No había nada que hacer -concluía fatalista, amargado por la constatación, y por haber sido testigo de un fenómeno humano que menoscababa el prestigio de semejante colega y amigo.

La catástrofe se tendría que haber previsto mucho antes de ir a Ezeiza. Pero subieron a la guillotina cantando La Marsellesa a voz en cuello…

En el mundo en general, a todo esto, que no había parado por el torneo jugado en Lima ni se detendría para mirar la Jules Rimet a disputarse en Estocolmo y alrededores, tomó tanto o más en cuenta que el 1º de febrero de 1958, en la porfiada carrera entre las dos superpotencias, con el Explorer Iº por fin EE.UU. podía poner un artefacto en órbita y salían de zapateros. Dos días después, luego de las arduas negociaciones previas por un adlátere de lo que se consideraba el ala izquierda del peronismo como John William Cooke, por un lado, y el ex comunista Rogelio Frigerio por el otro, que sería el ideólogo del desarrollismo que nunca dejó de analizar la realidad con la metodología del materialismo histórico marxista, y que representaba a la UCRI de Arturo Frondizi, el desjinetado General por sus pares y excomulgado por el Vaticano, acusado de mandar a quemar iglesias en junio de 1955, le ponía la rúbrica a un Pacto Secreto que le prometía los votos a cambio de un levantamiento de las proscripciones, enjuiciamientos y persecuciones políticas y devolución de los sindicatos y otros escaños del poder por el simple hecho de ser peronista.

Se dice que uno de los moscardones que nunca dejaron de revolotear por sus alrededores, le preguntó entre extrañado e incrédulo:

-General, ¿usted cree que el doctor Frondizi va a respetar todo esto que usted firmó?

-No –contestó Perón con absoluta naturalidad.

Pero antes que el otro pudiera tener alguna reacción le espetó:

-Y nosotros tampoco, mijito. ¿Para qué cree que existen los acuerdos si no es para no cumplirlos? Si los hombres estuviéramos realmente de acuerdo, no tendríamos necesidad de firmar nada.

Acababan de parir un bebé muerto. No sólo el correntino Arturo Frondizi no lo firmó, refrendando lo pactado, sino que el 23 de febrero, con el abrumador apoyo peronista, también el de grupúsculos independientes de izquierda que incluso van a llegar a ser funcionarios y un tibio apoyo del PC local, la fórmula que completaba el maestro rutal y abogado santafesino Alejandro Gómez, un radical del tronco ortodoxo, se alzó con 4 millones de votos contra los 2,4 que consiguió ramonear la de la UCRP, encabezada por el sempiterno Ricardo Balbín, (a) El Chino, platense, y el cordobés Santiago del Castillo, un sabatinista que nunca se supo por qué no estaba con los intransigentes del otro lado.

A todo esto, ese mismo domingo, en Cuba se corría el IIº Premio de La Habana y un militante solo, armado, del aparato metropolitano del Movimiento 26 de Julio, en el lobby del hotel donde estaban todas las estrellas del automovilismo mundial, como Stirling Moss, que lo sucedería en el cetro y que hasta intentó una reacción pero se contuvo por el inequívoco movimiento del arma del otro, que a pesar de estar bastante nervioso, más bien parecía abatatado, pero así y todo procedió a llevarse con él a un Juan Manuel Fangio bastante tranquilo, dentro de todo, solícito y colaborador porque no entendía todo lo que estaba sucediendo a la luz del sol, que en una de esas se cruzaban con un botón de Batista y encima se armaba la de tiros. Lo retuvieron 26 horas, paseándolo de casa en casa a cara descubierta y tratado a cuerpo de rey por las dueñas, que se desvivieron en que no se sintiera incómodo y hasta le trajeron los diarios, no maniatándolo, amordazándolo o vendándole los ojos en ningún momento. Lo soltaron en la puerta de la embajada argentina y hasta la pidieron disculpas. El Chueco después se reía y decía que en el fondo le habían hecho un favor porque la Masseratti que le hubiera tocado correr fundió hasta el caño de escape casi enseguida que le bajaron la bandera a cuadros de largada, a pesar de que con él había logrado el mejor tiempo en las clasificaciones. Con el tiempo, el quíntuple campeón del mundo, un hombre de para nada ocultas ideas liberales en lo económico y reaccionario de derecha a rajatabla en lo político, punta de lanza de una Mercedes Benz que con sus camiones buenos, baratos, resistentes y de bajo consumo van a ser el primer paso necesario para el desguase ferroviario, se hizo amigo de sus captores, se filmó una película con el incidente y lo que en un primer momento apareció como un hecho conmocionante, pasó a ser parte de un cotillón pintoresco y amable de una historia mucho mayor.

La isla, sólo rescatada por la prosa de Ernest Hemingway, en medio de la miseria y lo corrupto de un régimen asesino, no pasaba de ser un prostíbulo y garito para que los yanquis pasaran los week end. El dictador Fulgencio Batista rechazó de plano el 1º de marzo una propuesta de la Iglesia católica de formar un gobierno de unión nacional y así tratar de frenar la que ya se venía. Casi a fin de ese mes, en la URSS, asumió como secretario general del todopoderoso PC un petisito rechoncho, la cabeza como bola de billar, hasta brillosa, llamado Nikita Kruschev. No tardaría en venirse como el desplome de un techo lo que dio en llamarse El Deshielo Stalinista, es decir, admitir que todo lo que había sido rechazado como mentiras burguesas para desestabilizar a la gloriosa Patria de los Trabajadores de Lenin & Co., infamias tales como campos de concentración, persecución implacable contra los disidentes, que Lavrenti Beria -jefe de la Cheka, la temida y letal policía política- y el KGB -variante roja de la CIA- eran igual o peores que las SS de Hitler, y muchas cosas más de una lista tan extensa como escalofriante, era totalmente cierto. Los obedientes comunistas criollos que se habían alineado junto a los conservadores y cuanta resaca reaccionaria andaba suelta en la Unión Democrática de 1946 para enfrentar al rotulado como fascista, agente nazi y discípulo del falangista José Antonio Primo de Rivera, léase: el todavía coronel Juan Domingo Perón; que encima se habían turnado, acalambrado y retorcido a punto de orinarse encima en los locales partidarios, firmes como Granaderos cuidando la Rosada, junto a los féretros vacíos cubiertos con la bandera roja, la hoz y el martillo, clonando el velorio que en el Kremlin le estaban haciendo al mariscal georgiano José Stalin, también llamado cariñosamente El Papaíto, se quedaron de una pieza.

Boquiabiertos.

Patitiesos.

Pero, sobre todo, mudos y descerebrados.

El 9 de abril, bajo la conducción del Movimiento 26 de Julio que no sólo había conseguido al final desembarcar, sobrevivir de manera milagrosa a la emboscada que los esperaba en tierra por una delación a sus militantes, entrenados en México por un coronel republicano español, también exiliado allí, sino hacerse fuertes en la Sierra Maestra con una guerrilla que cada vez reclutaba y entrenaba más jóvenes, le tira al ya flameante régimen una huelga general revolucionaria. Menos de un mes después, el día en que todo el mundo -menos EE.UU.- celebra la Fiesta de los Trabajadores, con gran pompa, asume Arturo Frondizi como presidente constitucional y a pesar de no haber firmado el acuerdo con el todavía Tirano Prófugo para la nomenclatura oficial reinante, el 23 de ese mismo mes el Congreso Nacional aprueba la amnistía Nº 16 en lo que iba desde la Constitución de 1853, pero a la que jurídicamente no se ha podido igualar y mucho menos superar por el espíritu generoso, la amplitud total en materia de ideas políticas y la altura de los objetivos realmente pacificadores en busca de la quimérica unión nacional. La recepción que lo esperaba no tuvo mayores novedades. El stablishment había sacado a relucir el repetido –pero siempre efectivo- repertorio en torno a que el auge de la delincuencia ya no se podía soportar más, sobre todo en los editoriales de los grandes diarios bordeaban que faltaba poco para que los ladrones se anunciaran con tarjetas de visita o que para asaltar bancos llamaran a licitación, las policías estaban con los brazos laxos por los sueldos bajísimos y por la falta total de equipamiento, la seguridad de la población exigía de las nuevas autoridades, máxime surgidas de la voluntad popular, una solución sin dilaciones. En Europa a esto ya lo conocían y lo llaman carrousel du crime: empieza por los delincuentes y termina en el lomo de las protestas obreras y estudiantiles. Pero los europeos siempre han hecho gala de tener una insanable tara congénita: pensar como europeos. Y esto era la Argentina, otra cosa muy distinta, aparte de mucho mejor. La Iglesia se prendió a la comparsa y prácticamente al borde de la autoflagelación, persignaciones a granel, miles de misas e invocaciones a todo el santoral, rezongó plañideramente por una supuesta y solapada campaña en sordina para restablecer el divorcio que por unos días había alcanzado a instaurar un peronismo ya boqueante.

Cartón lleno.

En los primeros días de junio, convencidos de que con sólo salir a la cancha y que el contrario que sólo viera la camiseta, iba a firmar la planilla y se volvería cabizbajo y derrotado para el túnel, partió la delegación argentina rumbo a Suecia y al sueño dorado de las esbeltas tan rubias que tenían el pelo blanco, totalmente desinhibidas, se entraban a sacar las trusas con solo mirarlas fijo, y más si se trataba de latin lovers. En Estocolmo, debido a alguna campaña en contra de las que siempre hubo, por la envidia ponzoñosa que nos tienen en todos lados, debido a la fama injusta a todas luces que tenían los jugadores argentinos, no precisamente por sus habilidades con la pelota, los alojaron en un loquero reciclado, más bien un poco aislado de lo urbano y poblado en un país que pasa la mayor parte del año a oscuras…

El 8 de junio dio comienzo oficial la tenida. Una semana después Checoslovaquia le obsequiaba a los albicelestes un 6 a 1 inédito. Carrizo fue un testigo de lujo a la hora de dar cuenta cómo pasaba la pelota de largo, siempre lejos de su alcance. Mucho después, ya en la ruina económica y de salud, durmiendo en la camilla del vestuario de visitantes de la cancha de Racing, El Loco Corbatta le confesó al autor de este trabajo que el día del infausto partido se había acostado a las 02:30 hora sueca.

-¿Qué anduviste haciendo?

-¿Sos loco, pibe? –fue la casi iracunda respuesta-. ¿O me estás cargando?

La delegación volvió antes de la consagración de los brasileños por 5 a 2 en una final frente a los locales, con el negrito Edson Arantes do Nascimento, (a) Pelé, también La Perla Negra o si no O Rey, de 16 años haciendo lo que se le ocurría. Una nutrida feligresía de la humillación se llegó hasta Ezeiza y les dio monedazos sin piedad y sin distingos, amén de sentidos recuerdos sobre sus madres y otros miembros de la parentela. Sobre todo les tiraron como si se tratara de un Padrido Pelao con las flamantes de 50 centavos a las que habían bautizado chanchitas, se ve que por lo redonditas y comparativamente pesadas:

-Cómo dolían –nunca dejó de quejarse Carrizo cada vez que lo recordaba.

El remezón interno por semejante bochorno sólo podría ser comparable en cierta manera a la realidad de la rendición incondicional en Malvinas, luego de sopapearlos como a chicos en los comunicados radiales y televisivos, más las coberturas especiales de la prensa gráfica. Simplemente no se podía aceptar que no éramos los mejores del mundo y unos comunistas de mierda, muertos de hambre, nos habían hecho tragar el polvo de la derrota más infame. Para colmo, luego de la revanchista Revolución Libertadora de setiembre de 1955, a partir del campeonato de 1956, como lo muestran las estadísticas oficiales de la AFA, la merma de entradas populares vendidas empezó a ser más que notable. Semejante fenómeno masivo sólo podía ser producido, en lo cuantitativo, por un solo sector social: los obreros. La característica eminentemente ciclotímica del argentino medio hizo que del triunfalismo más insolente se pasara la tétrica convicción de que todos los jugadores de fútbol ganaban sumas siderales y en el fondo eran unos vagos y borrachos de mierda.

Las ideas en boga indicaban que había que mejorar la oferta para que volviera la demanda. Los carcamanes apolillados que estaban apoltronados en las Comisiones Directivas sólo estaban interesados en las cenas de homenaje, actos patrios y hasta en promover torneos de bochas o sapo. Fueron segados por una minoría decidida que relumbraba modernismo y tenía un extraño eco en la prensa de entonces. Salvo por testimonios aislados de jugadores, jamás se observó, menos investigó, con detenimiento y metodológicamente el inédito fenómeno social de la transformación radical de toda una franja de la sociedad a la que se le cambió la identidad y se le trastocó los valores. Más allá de cualquier juicio de valor o crítica ideológica se trató de un suceso que en las planificaciones previas tenía todos los visos de ser quimérico. Aparte, todavía es hoy es totalmente inédito en el mundo. Sin contar con el coletazo que va a pegar sobre la sociedad total, de la que deja de ser un reflejo tardío, para invertir el proceso y convertirse en el modelo a seguir. Lo simbólico se convirtió en estructura y viceversa. Pero lo que no se debe perder de vista es que tanto la corrupción como el violentismo futboleros estuvieron siempre presentes. La entrega de talonarios gratis y el copamiento de asambleas por grupos de pesados fueron prácticas que en los ´30 instauraron los radicales cuando se replegaron de la política de comité y se refugiaron en los clubes por la dictadura fachistona de Uriburu, que aparte de implantar la hora de la espada, el hijo del vate, como jefe civil de la Policía Federal, importó la picana eléctrica y el fútbol pasó a ser una cuestión de Estado. Lo que va a hacer de manera realmente innovadora y revolucionaria el Fútbol Empresa primero y el Fútbol Espectáculo después, como a enemigo que no se lo puede exterminar hay que pactar con él, es reciclar esos elementos y usarlos en beneficio propio. La policía que asesinó a Linker no es ni mejor ni peor que la actual. La digitación de los árbitros desde el máximo sillón de la AFA mueve a sospechas y más de una trifulca. Horacio Elizondo, casi sin dudarlo el mejor árbitro de la historia del fútbol, se retiró sin haber dirigido nunca al Arsenal e Independiente de los Grondona Hnos. El sustento económico de las barras bravas tiene una sola caja de origen y la canilla libre policial para montar los llamados Operativos Especiales por los que cobran el llamado servicio adicional según la cantidad de gorras que a su antojo fija el comisario de la zona se vino vergonzosamente abajo cada vez que un dirigente se reviró y se le dio por contar si el dinero que estaba pagando coincidía con la cantidad de efectivos reales que se había dispuesto oficialmente. La cínica y perversa muletilla de que violencia hubo siempre se vuelve como escupida contra un ventilador cuando se constata, sin mayores esfuerzos, que esa violencia organizada desde arriba y profesionalizada forma parte del negocio del fútbol junto a las cuotas societarias, la publicidad estática o el esponsoreo en las camisetas y equipos deportivos, la venta de jugadores o la televisación de los partidos, donde hay hijos y entenados, tales como equipos de viernes, sábados y domingos, los de aire y los codificados, etc.

Los ostensibles huecos que empezaron a quedar en los tablones no iban a tardar en ser vueltos a llenar en parte por la minorías organizadas desde arriba, jerarquizadas y profesionalizadas de las barras bravas y su parafernalia de banderas de todos los tamaños, el retumbar tribal de los bombos, descamisamiento de sus integrantes que aparte de rotar totalmente su postura corporal, dándole la espalda al espectáculo para volverse ellos espectáculo de sí mismos, al contrario de lo que había sucedido siempre, eran capaces de gritar y darle a los parches los ’90 minutos, sea cual fuere el resultado del partido. Los colores y los sonidos de canchas y estadios cambiaron totalmente [Antonio Roversi]. Con el tiempo, el enmascaramiento de los rostros merced a pulcras pintadas con los colores del club o nacionales se encargó de patentizar por qué, en sus orígenes, fútbol y carnaval habían partido de lugares vecinos y volvían a juntarse.

EL AGGIORNAMENTO FUTBOLERO REEMPLAZA A LA SOCIEDAD REAL

Libro de Risieri Frondizi editado por EUDEBA. En la foto de arriba, el rector de la UBA presidiendo una sesión en la vieja sede de la calle Viamonte al 400.


En julio, el doctor Risieri Frondizi, rector de la Universidad de Buenos Aires por el voto de los claustros, junto al argentino Arnaldo Orfila Reynal, que ya traía sobre los hombros toda la experiencia mexicana del Fondo de Cultura Económica, más el ruso nacionalizado Boris Spivacov, fundan EUDEBA, los precios y el circuito de los libros empieza a ser otro, como quioscos de metales especialmente construidos y emplazados en lugares clave, y clásicos de la literatura nacional comienzan ser, de manera casi inusitada, resonantes best sellers, empezando por una versión del Martín Fierro en tamaño sábana e ilustrado por el comunista Juan Carlos Castagnino, un especialista en caballos. Las colecciones que empiezan a salir a precios módicos van desde las ciencias sociales a las duras, muchos de ellos especialmente elegidos porque en la UBA iban a ser designados libros de TXT. Uno de los más chiquitos, en tamaño y cantidad de páginas, fue un abrumador éxito de reedición tras reedición durante años: El marxismo, de Henri Lefevre, realmente un claro manual para entender el materialismo histórico como sistema de pensamiento y los grandes lineamientos de una obra de muy difícil acceso como El Capital.

El 24 de julio el presidente Frondizi, por cadena nacional, anuncia oficialmente cuál va a ser la política petrolera de su gestión, la base misma de lo que era su plan de gobierno del imprescindible e inminente desarrollo industrial argentino para no quedar fuera de la historia. Para los que habían que habían perdido el tiempo leyendo su caballito de batalla impreso, Petróleo & Política, escrito contra el Perón que había firmado contratos con la Californian de los Eisenhower, blasón y ariete de su campaña proselitista, no había más que invertir lo blanco por negro y lo negro por blanco que ya estaba, no había más nada que discutir o que no fuera trasparente como agua de manantial. Desde el máximo sitial supuestamente republicano, el panquequismo se instauraba como un elemento más del ser nacional y popular. La oposición y la CGT, devuelta a los dirigentes tradicionales del aparato peronista gracias a la amnistía Nº 16, clamó a los cielos. En realidad protestó por no estar ellos en el lugar adecuado y panquequear también a gusto, con los réditos que siempre esto conlleva. De todas maneras, cuando se pongan muy insoportables y amenacen con volverse controlables, los calamares y los pulpos se cuecen en su tinta: les aplicarán el Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado), aprobado en los últimos tiempos de la segunda presidencia de Perón como herramienta legal para intentar frenar lo que no se pudo parar. Las cárceles se llenaron de militantes obreros y de la alianza electoral de febrero de 1958 no va a quedar ni migas. Ni qué decir cuando en 1962, en ocasión de renovar la gobernación bonaerense, el oficialismo se juegue la carta suicida de enfrentar al peronismo mano a mano en las urnas. Si bien el caudal electoral de la UCRI había crecido considerablemente, la fórmula que encabezaba el dirigente textil Andrés Framini los barrió y a partir de ahí la cuenta regresiva fue echada a andar hasta terminar mudando a Arturo Frondizi de Olivos a la isla Martín García.

“¡OBREROS Y ESTUDIANTES,/ UNIDOS ADELANTE!”

Facsímil de la carta-epitafio. A los desertores, ni la sal ni el agua.

Desde los primeros días de aquel agosto de 1958, los corrillos, sobre todo estudiantiles, se empacharon con la especie que se venía una atropellada clerical sobre la educación genéricamente llamada sarmientina, esto es, laica, libre y gratuita, tal como lo había dejado estampado la Reforma Universitaria de 1918 desde Córdoba. Pero el 9 de agosto, nunca se supo con la venia final de quién, nuestros infantes de marina pertrechados para la guerra desembarcaron en el islote Snipe, en pleno canal de Beagle, que había sido la obsesión y el blanco elegido por su artillería por el almirante Isaac F. Rojas como vicepresidente de la dictadura, muy cerca de las dichosas tres islas en cuestión que tres décadas después llevaron al borde de la guerra a los dos países, y desde los barcos que hicieron el apoyo logístico al operativo, a cañonazos, otra vez le hicieron polvo las balizas y boyas a los chilenos. En la capital trasandina, como picados por una araña, la réplica instantánea de la estudiantina universitaria no fue para nada novedosa: el busto de Sarmiento que estaba a metros de la embajada argentina, en el Parque Forestal, a pasos de la Plaza Italia, fue a parar al Mapocho por enésima vez. Por fin el 17 de agosto, en una fecha que es muy cara a los dos lados de la cordillera, los políticos civiles firmaron un acuerdo que rebobinaba lo actuado, aseguraba la paz y los métodos civilizados para dirimir los diferendos fronterizos que estaban pendientes, todo hasta que la próxima provocación, viniera de donde viniese, repitiera la función y todo vuelta a empezar. Si no, ¿qué había dicho el mismísimo Perón de ese tipo de rituales hueros, nada menos él, que había sido echado por espía cuando era agregado militar en Santiago de Chile y trasladado a la Italia de Il Duce con el mismo cargo y donde con fruición asistiría a una función histórica que lo llenó de embeleso?

El 1º de setiembre, en la Capital Federal, no se pudo saber nunca quién lo arrojó y contra el vidrio de cuál institución educativa católica, pero voló el primer piedrazo, lo hizo añicos y lo que vino a continuación fue un revoltijo continuado, con funciones mañana, tarde y noche. Los borregos de la educación secundaria estatal no dejaron ventanal sano en nada que tuviera que ver con la Iglesia y de adentro, los agredidos, también rompían vidrios, pero los que protegían las mangueras para casos de incendio, las conectaban y con la potencia de esos chorros, apenas sostenida los largos, pesados y obscenos bocas de bronce lustrado como entre diez, mantenían a raya e incluso hacían retroceder a los belicosos. Del otro lado de la cordillera, el conservador Jorge Alessandri, (a) La Señora para la oposición de izquierda y con más de una intención, hijo de don Arturo, (a) El León de Tarapacá, responsable de la matanza de Iquique cuando a su turno fue presidente y que Violeta Parra inmortalizara en una canción donde sentencia que el león es tal en toda generación, gana las elecciones generales con apenas el 31% de los votos. En segundo lugar y constituyendo la segunda vez que se presentaba como candidato de una coalición de izquierda, fundamentalmente formada por socialistas y comunistas, el también masón Salvador Isabelino del Sagrado Corazón de Jesús Allende Gossens, como le había puesto su madre, una copetuda trasandina muy católica y con ascendientes judíos, y por otro lado pariente lejano y político del triunfador, se lleva el 29%. Pero van a faltar todavía dos elecciones más para que el Compañero Presidente llegue al palacio de La Moneda y cumpla con su palabra de honor que de allí lo sacaban las urnas que le habían otorgado semejante sitial republicano y responsabilidad o muerto.

Pero a Buenos Aires y Córdoba, sobre todo, les importa un pomo lo que pasa en otros países. Los estudiantes van a los locales solamente para concentrarse y salir a darse. No solamente ellos están levantiscos y en huelga: también el profesorado, con el doctor Risieri Frondizi, rector de la UBA y hermano del presidente, quien había exhumado en su momento un no muy procedente proyecto de la Libertadura, pergeñado por lo más reaccionario del sector clerical, y que le otorgaba a las instituciones privadas y pagas la potestad de entregar títulos profesionales habilitantes. En otros términos, como sucedió, se habilitó la ventanilla para la venta al mejor postor de diplomas ya sea de pedicuría, ingeniería química, medicina, derecho y después una multiplicación cariocinética de las llamadas carreras cortas donde cualquier badulaque recicla una casa vieja, contrata la pelusa siempre abundante y solícita, hambreados seculares, de intelectuales de tercera o cuarta línea, lo anuncia con publicidad mural barrial e inaugura un instituto terciario, ya sea para formar técnicos en doblar esquinas con gran salida laboral o licenciaturas para tirar chopps. Y no sólo van a juntar plata con una pala sino que la educación en su máxima expresión se acható hasta quedar con un grosor quizá menor que el de las chanchitas con que le abollaron el cuero cabelludo a los que volvieron triunfadores morales del Mundial de Suecia y obviamente totalmente depreciadas. El vaciamiento educacional no dejará de ser sistemático y de una formidable efectividad. La irrrefutable decadencia argentina tiene allí uno de sus pilares más sólidos.

La Argentina quimérica de los mejor comidos y más educados de América Latina empezaba a hacer agua por varios rumbos. El 15 de setiembre, en una concentración oficial con atildados estudiantes charteados con dineros oficiales de todo el país, bien prolijitos, brillosos y compuestos con sus uniformes de monogramas bordados casi siempre en dorado, que con un entusiasmo no exactamente del fondo del alma, se arracimaron en la Plaza de Mayo, atrás de Belgrano, ni con viento a favor llegaron a 40 mil. La prensa siempre obediente duplicó esa cifra. En el famoso balcón del General, el presidente Frondizi, el gobernador bonaerense Alende y monseñor Antonio Plaza, hombre de la Curia en materia educacional, quisieron hacer una demostración del arrastre popular con que contaban. La réplica de la FUA, cuatro días después, fue feroz. La cifra más retaceada, a cargo de la muy gorila La Prensa de los Gainza Paz, habló de 240 mil. Horacio Sanguinetti, en 1974, en el mensuario Todo es Historia del vacilante Félix Luna que supo estar también junto a Frondizi, aceptó casi a regañadientes 250 mil. Estimar que 350 mil, en un país por entonces de 20 millones de habitantes, no es para nada exagerado y la erige en la mayor concentración estudiantil que ha tenido el país en números brutos y ni qué hablar con las comparaciones del caso. Aunque la drástica opción puede ser objetada por artificiosa, ahí se estaba con Sarmiento o contra Sarmiento, con la Reforma Universitaria o contra la Reforma Universitaria. No hubo tu tía. Es una edad donde no caben medias tintas ni tiene lugar lo que iba a ironizar Alfredo Palacios enunciando la regla de oro para el entreguismo existencial: “Los incendiarios de hoy serán los bomberos del mañana.”

Fue inútil. Como lo reconocería el mismísimo monseñor Plaza veinte años después, desde La Plata, Capital Nacional del Capitán Capucha, al agradecerle al ex presidente Frondizi el cumplimiento de su palabra de honor de lo pactado previamente sobre la cuestión, el paquetito había formado parte lo mismo que el apoyo electoral acordado en presunto secreto con Perón. [Por más detalles de lo que dio en llamarse el enfrentamiento entre la Laica y la Libre ver una bitácora sobre el tema con un clic.]

En aquella Argentina convulsionada, errática, casi constantemente policéfala desde la cuna, más que acéfala o anómica, reinaba el mejor y el más apropiado de los climas para ponerle marco a lo que sucedería después en la cancha de Vélez, en la presidencia del club el mismísimo y legendario don Pepe Amalfitani. En el segmento siguiente se reproduce tal cual, sin tocar una coma, a lo sumo tratando de corregir algún error grosero, lo publicado en forma de libro por el autor de este trabajo en junio de 1986, con la sincera convicción, contando y recontando hasta con los dedos una y otra vez, que desde Linker al 31/12/1985 el Fútbol Empresa primero, Fútbol Espectáculo casi enseguida, para disimular un poco, ya llevaban sobre la espalda un centenar justo de víctimas fatales a través de 27 hechos, entre los cuales figuraba la Puerta 12 nada menos que con 71 de un solo saque. Craso error develado tiempo después, cuando era tarde para echar pata atrás y enmendar la grosería: eran 103, entre ellas un referí al que le reventaron la cabeza a patadas, reeditando la leyenda británica de patearle la cabeza al danés, en un cuadrangular amistoso de La Carlota, Córdoba, en febrero de 1972, donde el preciado primer premio eran 30 mil dólares de los de entonces y corre por cuenta de cada uno agregarle los ceros de la depreciación que crea conveniente.

Los límites impuestos a ese trabajo fueron claros y cumplidos. A pesar de tenerse opinión formada sobre muchos e incluso información contraria, se respetó lo que los medios masivos de comunicación y la información oficial había dejado saber de cada uno a la gente común. Al lector se le dejaba la pesada y a veces infructuosa tarea de salvar las distancias que suele haber entre el discurso público y lo que realmente acontece.

En el medio, nada menos, está el manipuleo de conciencias.


"VEA, VEA QUE LOCURA;/ VEA, VEA QUE EMOCION..."

Facsímil de la tapa aparecida en junio de 1986, hace 32 años.


HECHO 1

ALBERTO MARIO Tito LINKER
18 años, empleado y estudiante
Domingo 19 de octubre de 1958
Vélez Sarsfield 2 - River Plate 1
Jugado en Liniers

Todavía no se habían acallado los ecos de la revuelta estudiantil contra la implantación de la enseñanza libre (autorización a las universidades privadas creadas hacía dos años para extender títulos profesionales); exactamente un mes antes había culminado la masiva movilización a nivel nacional con una concentración frente al Congreso. El enfrentamiento había incluso superado el plano de las ideas con la disputa abierta entre el flamante presidente constitucional Arturo Frondizi y su hermano Risieri, catedrático y filósofo, por entonces rector de la Universidad de Buenos Aires, que encabezaba, junto a otros profesores, las manifestaciones de protesta. El bochorno y la consternación juvenil se habían centrado en la figura de Gabriel del Mazo, uno de los pilares de la Reforma Universitaria de 1918, a la sazón integrante del gabinete. La palabra era una sola: "Traición". Hasta que por fin una Carta Abierta redactada por el socialista Guillermo Estévez Boero y firmada por una "convención nacional de centros de estudiantes de la Federación Universitaria Argentina", comenzaba diciendo:

Los universitarios de todo el país, que durante 40 años han estudiado los postulados de la Reforma Universitaria a través de sus escritos, deben dirigirse a usted, viejo maestro y reciente ministro, para aclarar un grave dilema: ¿tenemos un maestro menos?

El final era todavía mucho más duro e inclemente:

Esperamos su palabra; si tenemos que darlo de baja, lo haremos con profundo dolor porque será un trozo humano de la Reforma que queda en el camino, pero si seguimos contando con un maestro, ocho universidades nacionales lo rodearán con una fuerza juvenil que supera en mucho a la de 1918. Si así no fuese, le rogamos que nos devuelva el manifiesto. Miles de manos de todo el país tomarán la bandera que usted deja caer.


Maestro, 40 generaciones lo escuchan
.


No era el único tema urticante. La Iglesia advertía contra la posibilidad de una ley de divorcio, los contratos petroleros cuestionaban la integridad política entre lo prometido en una campaña electoral y lo que se hacía en el sillón presidencial, una ola de robos y asaltos sacaba a relucir que una vez más la policía era insuficiente y carecía de recursos, los diarios de entonces daban cuenta casi alelados de la abierta e indisimulada presencia de supuestos reporteros gráficos fotografiando manifestantes para los archivos de la Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE) y los estudiantes denunciaban los actos de provocación desde automóviles tripulados por miembros de la Alianza Libertadora Nacionalista que lideraba Guillermo Patricio Kelly. Jefe de la Policía Federal había sido nombrado el capitán de navío Ezequiel Niceto Vega; la estudiantina, con un humor no exento de conocimientos de lo mejor de la literatura nacional, lo llamaba Niceto El Pollo. El marino respondía con conferencias de prensa donde denunciaba los peligros de la "infiltración comunista". En la concentración del 19 de setiembre, el representante del claustro estudiantil [N de la R.:Omar Patti, quien había reemplazado a Roberto Delich al frente de la FUA] terminó su discurso con un vaticinio agorero:

-Si fracasamos en esta lucha, será la última batalla que daremos en democracia y libertad.

El Congreso sancionó la libertad de enseñanza durante el receso del verano.

Alberto Mario Linker era hincha de Boca: "Un fana tranquilo", contaron sus amigos que solía definirse a sí mismo. Cinco días antes le habían entregado la flamante libreta de enrolamiento que oficialmente lo declaraba ciudadano con todos los derechos políticos que jamás llegaría a ejercer. Era empleado de un comercio y "también estudiaba diversas materias con el propósito de capacitarse para los negocios". La noche anterior, con un amigo de su edad apellidado Miró, habían salido y regresado a la madrugada. Quedaron en volver a encontrarse a las 9 de la noche del domingo. Linker pensaba ir a ver a Boca, que jugó a la mañana contra Huracán en San Lorenzo por tener la cancha clausurada debido a desmanes varios, y luego cumplir con el rito del almuerzo dominguero, incentivado por festejarse el Día de la Madre, para luego echarse una siestita.

Los planes se le alteraron considerablemente.

Primero porque se quedó dormido y a pesar de vivir en Lerma casi Estado de Israel, cuando despertó ya era tarde y escuchó por radio el aburrido partido que Boca terminó empatando 2 a 2. El almuerzo, por lo menos, tuvo la doble satisfacción de festejar la recuperación de su padre, después de una larga dolencia, y su inminente regreso al puesto que tenía en la Flota Argentina de Ultramar. Se había acostado a cumplir la otra parte de lo propuesto cuando eso que algunos llaman destino le tocó timbre en la puerta: un vecino con auto iba a ver el partido en Liniers. Como sabía que tendría que estar solo, porque el autor de la invitación iba a platea, Tito manoteó su radio portátil, un armatoste de los de entonces con media docena de pilas grandes y estuche de gruesa suela.

A las 14:30, una hora antes de empezar el partido de primera división, en las inmediaciones y en la entrada hubo roces varios entre las dos hinchadas. Trompadas, piedrazos, corridas, bastonazos de la policía, forcejeos y otras alternativas le pusieron el marco previo necesario. Después, con esa sensibilidad rectora que caracteriza a. los dirigentes de fútbol, el entonces presidente de River, Enrique Pardo, aseguraría que "la actitud de Marrapodi fue la chispa que creó el clima tenso en las tribunas".

El hincha de Boca Alberto Mario Linker y su mamotreto radial se habían instalado en medio de la hinchada de River. El partido, futbolísticamente hablando, no tuvo nada destacable. Salvo que en el segundo tiempo, cuando ya los locales ganaban 2 a 1 y el arquero Roque Marrapodi, de Vélez Sarsfield, daba espaldas a la cabecera ocupada por los millonarios, empezó a hacer tiempo después de cada pelota que se iba afuera. Primero fueron insultos, escupitajos cada vez que se acercaba al alambrado, varias piedras que pasaron peligrosamente cerca, hasta que a los 41’ rodó espectacularmente tomándose la mano derecha ensangrentada: un cortaplumas abierto le había hecho blanco. El reglamento vigente entonces no permitía cambios y señalaba que un equipo no podía quedar en inferioridad de condiciones si un jugador era lesionado por incidencias ajenas al juego. El árbitro Luis Ventre pitó el final del encuentro y ahí fue cuando ardió Troya. En realidad, lo que también alcanzó a arder y los bomberos consiguieron controlar y apagar enseguida, fue un sector de las plateas bajas ocupado por simpatizantes riverplatenses. Por el alambrado de la cabecera una verdadera horda comenzó la invasión del campo de juego con claras intenciones hacia la humanidad de árbitro, Roque Marrapodi, jugadores dueños de casa y todo aquello que luciera a enemigo y se les cruzara por delante.

Realmente la tragedia será consecuencia de un conato de rebelión dentro de la Guardia de Infantería. El oficial inspector a cargo ordenó a sus hombres abrir fuego con las pistolas lanzagases y, aunque cueste creerlo, la tropa se negó. Como no hay mejor prédica que el ejemplo, el oficial le arrebató el artefacto al hombre más cercano y a las 17:40 disparó la primera granada hacia el centro de la tribuna donde estaban los de River. Al producirse el desbande y disiparse la primera nube de gas, pudo verse que quedaba un cuerpo solo, caído, con una radio portátil forrada en cuero a su lado.

La batalla se generalizó. La escena del oficial inspector, la momentánea rebeldía de sus hombres, cómo tiraba el granadazo fatal y después con otros lanzamientos no permitía que nadie se acercara a ayudar al caído fue registrada por uno de los reporteros gráficos y también quedaron constancias de cómo ese mismo jefe policial se volvió contra el impertinente fotógrafo, le arrebató la cámara y se trenzaron a trompadas. Otros reporteros y el propio Luis Ventre, árbitro del partido, debieron intervenir para separados y calmar los ánimos.

El escándalo fue mayúsculo. Móviles policiales, autobombas de bomberos y vehículos particulares fueron abollados a patadas y piedrazos, rotos los vidrios y algunos volcados. En una pizzería aledaña a la cancha irrumpió la Policía Montada y se llevó detenidos a todos los parroquianos. La batalla campal adquirió tales dimensiones que un camionero que pasaba con su vehículo por Juan B. Justo aceleró a fondo para no quedar atrapado y se llevó por delante a una familia entera que a pie, avenida traviesa, trataba de hacer lo mismo. Sus seis integrantes quedaron heridos de diversa consideración; la mujer mayor del grupo, de cierta gravedad.

Media docena de policías resultaron con heridas cortantes. El total de detenidos superó el centenar; pero a las pocas horas en la comisaría 44ª quedaba un veinte por ciento. A las 20:00 una considerable y espontánea manifestación de hinchas de River marchó desde el Congreso por Avenida de Mayo, deteniéndose en la pizarra de los diarios al grito de "¡A-se-si-nos! ¡A-se-si-nos!". Los corrillos callejeros hablaban de dos muertes, un fotógrafo herido y su cámara destrozada.

A todo esto, en la 44ª los cronistas destacados recogían el "trascendido de buena fuente" de un oficial de policía que "advirtió que durante una avalancha caía una persona al suelo, fracturándose la base del cráneo al golpear contra los escalones de cemento de la tribuna" (sic). En el Hospital Salaberry, donde había sido llevado Tito Linker, los médicos aseguraban que mostraba "una perforación de cráneo con exposición de masa encefálica" y que "tal herida se debe al disparo desde unos diez metros de una granada de gases". También solicitaron discreción a los periodistas porque habían mandado a buscar a la madre y el padre andaba por ahí: "Todavía no sabe nada", murmuraron. "Le dijimos que estaba, grave; lo estamos preparando".

Al día siguiente, en el velorio, sus amigos encontrarán en la prensa la única forma de descargarse: "Por aquí anda un tipo al que le dicen El Japonés. Va a todos los partidos y ése sí que es bochinchero terrible, pendenciero, en fin, un pésimo elemento, pero a él nunca lo arrestan, Sin embargo a Tito le acertaron con una bomba de gases lacrimógenos. ¡Cómo es el destino! Y aquí vino un policía a decir que Tito tenía una herida en la cabeza y que se la habían hecho otros hinchas con una botella de gaseosas. ¡Vamos!"

En un comunicado emitido el mismo domingo a la noche, la Policía Federal, después de una serie de consideraciones, afirmaba oficialmente que "durante los hechos, por causas que se tratan de establecer, resultó lesionado Alberto Mario Linker, argentino, de 18 años, soltero, se ignoran otros datos, quien falleció pese a los múltiples cuidados recibidos en e1 hospital Salaberry". Al día siguiente, el capitán de navío Ezequiel Niceto Vega llamó a conferencia de prensa ratificando con otro comunicado el anterior y asegurándoles a los periodistas presentes que había sido el público el que había agredido a los efectivos policiales y que por lo tanto la represión había sido correcta. Sobre las causas de la muerte de Linker se dejó entrever que había sido consecuencia de los desórdenes producidos por los hinchas.
El informe médico-legal que certificó la defunción estableció "lesión producida con una dirección de abajo hacia arriba" y que "las dimensiones del objeto deben haber sido iguales o poco mayores a la lesión que produjo (herida contusa de unos 7 centímetros, en forma de media circunferencia, con el lado cóncavo hacia abajo, en la región temporal derecha".

En sus ediciones del lunes 20 de octubre de 1958 el vespertino La Razón recogía el testimonio de Juan Reppeto, domiciliado en Barragán 275, muy cerca de la cancha: "Fue una reacción injustificada", opinó de la represión policial. Más adelante, al narrar el incidente del oficial inspector, acotaba: "Cuando cayó Linker herido de muerte, continuó arrojando granadas, impidiendo así que pudieran acercarse a socorrerlo".

Los comunicados de River y Vé1ez de ese mismo día fueron mesurados en la crítica al accionar de los uniformados. El Tribunal de Penas suspendería al Monumental de Núñez por cuatro fechas, pero al domingo siguiente, 26 de octubre, e1 equipo millonario salió como si nada, a la hora estipulada; en un estadio vacío, simultáneamente, en Caballito, escenario designado por la AFA, hacían otro tanto los de Huracán, el árbitro y los dos jueces de línea. A los 15’ le daban el partido perdido a River. Pero no pasó de ahí: la suspensión fue levantada y el desacato totalmente omitido. Tampoco jamás se supo quién era y qué pasó con el oficial inspector de la Guardia de Infantería. Lo único digno de destacarse fue que todos los partidos del domingo 26, debido a1 clima existente, se jugaron sin custodia policial de ninguna especie. Contra todos los vaticinios agoreros, no se produjo un solo incidente. De esta forma desde su mismo inicio, se comenzaba a perfilar una de las características sobresalientes del otro partido: la necesidad de la presencia policial, no importa si interviniendo o no, para que se produzcan este tipo de hechos.

El martes 21 La Razón publicaba algo que testimonia que lo sucedido y lo que vendrá no era ni nuevo ni desconocido: "Es evidente que las heridas de la víctima fueron provocadas por la granada de gases. También es evidente la responsabilidad de la policía, que no se discute. Esto no quiere decir que justifiquemos los desmanes de los exaltados. En todos los lugares del mundo se verifica este tipo de incidentes, producidos por la explosión de pasiones incontroladas y estimuladas por factores ambientales de distinta naturaleza que no viene al caso analizar. Lo cierto es que en un estadio donde concurren 40 mil espectadores, el número de exaltados no pasa de 200 y su localización no es difícil, especialmente para quien se coloque en un lugar estratégico como para dominar el amplio panorama del espectáculo. La policía no podrá controlar nunca el menor desvío de las muchedumbres si en un estadio de fútbol se ubica en el field en lugar de hacerlo en las tribunas. En esa forma se podrá ver mejor el partido, pero no ejercer la misión de prevenir incidentes, velar por la corrección de un espectáculo y, consecuentemente, la seguridad pública que se confía a su custodia. Los clubes deben también, como participantes en primer grado en la fiesta deportiva, vigilar las conocidas barras fuertes (sic), cuya ubicación en el estadio es previsible domingo a domingo, ya sean locales o visitantes".


¿Y esto? A falta de mejores datos era la primera vez que se lo sacaba a relucir, y más en un vespertino sábana que bordeaba el medio millón de ejemplares en una ciudad que por entonces hay que ver si llegaba al 1,5 millón de habitantes. En otros términos, estaba el terrenito y los cimientos listos para las barras bravas que van a llegar oficialmente instauradas y rentadas a partir del Año de los Empresarios para echar a rodar el Fútbol Empresa primero y el Fútbol Espectáculo después, vigente hasta nuestros días.