miércoles, 8 de octubre de 2008

ESTANCIA CARIBEÑA Y COMPAÑIAS

Expulsado de por vida de la diplomacia argentina, Antonio Vespucio Liberti fue preso en Génova como cónsul del primer peronismo. Se trató de un error: lo descubrieron...
A la intemperie, Juan Domingo Perón, después de alguna escala en Panamá, la de mayor aislamiento y pobreza de elementos, en la ciudad de Colón, donde mantuvo un flirt con una morocha norteamericana cuyos padres lo denunciaron por secuestro pero donde sus amigos creyeron ver la mano de la embajada respectiva para aislarlo y que se agenciara de otros lugares de reclutamiento de sexo débil cariñoso y donde en un lugar nocturno, en un episodio más oscuro que el lugar, habría entablado relación con una bailaora de por lo menos estrepitoso taconeado flamenco, oriunda de La Rioja -pero La Rioja argentina-, más otros menesteres de rutina en esos lugares sólo aptos para paliar soledades y que se va a convertir en su tercera esposa, para terminar recalando en el Santo Domingo de Rafael Leónidas Trujillo y Molina, considerado el paradigma mismo de lo tiránico y asesino, con un hijo llamado Rafael Leónidas Trujillo Martínez que aparte de no mostrar en público estar dotado con demasiadas luces, se la pasaba en Hollywood derrochando a troche y moche, lo más ostentosamente y al aire libre posible, millonadas de dólares con estrellitas de décimo cuarta mientras en su país la mayoría de la gente no tenía para comer y de salud pública o lujos como una vivienda decente mejor ni hablar. A la muerte de su santo y todopoderoso padre, el Junior ostentaba en las cachas de lo viril cinco esposas bien servidas y nueve hijos. Gracias a él y más de un escriba de Hollywood se acuñó el estereotipo del País Bananero y los dictadores de papel maché, con sus cerebros llenos de vacío y un resentimiento generalmente proveniente de sus orígenes miserables y el apunamiento que al parecer produce llegar a la cima del poder sin un basamento de ideas que le marquen objetivos claros e intentar solamente borrar todo rastro de tan paupérrimos y vergonzantes pasados. Para colmo, Santo Domingo siempre gozó del privilegio de tener como vecino a Haití, considerado el país más pobre de la tierra. En aquellos años tenían la bendición de ser gobernados a destajo por François Duvallier, Papá Doc para los íntimos, rodeado de los amateurs denominados VSN (Voluntarios de la Seguridad Nacional), inspirados en los Camisas Negras italianos de Il Duce, y que luego fueron mundialmente más conocidos como los Ton Ton Macoute, y que como no cobraban ni un céntimo por tan patriótica y necesaria tarea, vivían de los botines de guerra conseguidos en saqueos sin discriminación y no escatimaban esfuerzos en lograr la remuneración mínimamente justa que se merece todo trabajador, llegando incluso a degollar las víctimas. Papá Doc y Trujillo y Molina tuvieron firmado un tratado mucho más sólido y contundente que el de Hitler y Stalin: díscolo que intentara cruzar la frontera común, ni hablar de disidentes o contrarios a sus respectivos regímenes, periodistas aborígenes y mucho más si eran extranjeros o todo lo que se pareciera, viniera de donde viniera y fuese para donde fuese, cada uno se encargaba de darle su merecido final sin tener por qué andar rindiéndole cuentas al otro.

De manera no tan salvaje, cuidando un poco más el refinamiento en la aplicación, aunque la metodología y el resultado fueran los mismos, en la otra punta de la isla, Ciudad Trujillo como se rebautizó a la capital, el encargado de segar sin miramientos cualquier arresto de disconformidad era un coronel croata, quien había estado en la segunda guerra junto a uno de los mitos más caros del nazi fascismo, como lo sigue siendo Ante Palevic, jefe natural de los espeluznantes Ustachas, quien gracias a una manito del Vaticano estuvo un tiempo refugiado en Buenos Aires y Mar del Plata en los últimos años de la Segunda Tiranía, y como no podía ser de otra manera terminará sus días poco después de estos acontecimientos que nos ocupan, en 1959, en la España del Generalísimo por la Gracia de Dios. Su fiel seguidor y discípulo con grado de coronel, en su nuevo destino tropical, había puesto de moda salir de noche con Volkswagen en su modelo más divulgado y conocido como Escarabajito, para chuparse y borrar de la faz de la tierra a cualquier aspirante a revoltoso. Se llamaba Milo de Bogetich y se hizo muy amigo del matrimonio constituido por el dos veces viudo Perón y María Estela Martínez, espiritista que respondía al sobrenombre de Isabel o Isabelita con que la habían bautizado como miembro de la Escuela Científica Basilio cuando había venido de su provincia natal a Buenos Aires. Según el alemán Hans Magnus Enzerberger, en un clásico como Política y Delito, lo pone al militar croata reciclado cenando por lo menos una vez por semana con la mencionada pareja de argentinos que se encontraban allí acogidos a los beneficios del exilio y al régimen imperante lo cataloga sin miramientos ni dudas como el paradigma mismo de la opresión y el terror. En cuanto al personaje de importación, incluso muchos años después que la echaran, carente del apoyo espiritual de El Brujo López Rega, y ya asilada en Marbella, España, el coronel hizo su reaparición pública, la viuda hasta lo trajo y lo paseó por Buenos Aires cuando vino a retirar durante el gobierno de Raúl Alfonsín unos 9 millones de dólares que andaban dando vuelta de la herencia. Pétreo, mudo, casi caricaturesco personaje prototípico con la imagen externa del hombre malo y desalmado, no dejó de estar a su lado, dicen que para asesorarla. Fueron fotografiados a destajo: él marchando como un custodio de lujo, luciendo entre matón y galán de aledaños, su rostro bien balcánico, escalofriante, con gafas negras sin arco…Incluso había integrado junto a ella, lógicamente, el surtido y discepoleano pasaje del Avión del Retorno, en noviembre de 1972, junto a José López Rega, también conocido como El Hermano Daniel a la horas de los esoterismos, un hecho que quiso ser histórico y terminó en carnicería, frustrado por la Masacre del Puente 12, obligando a la máquina del vuelo regular Nº 3584 de Alitalia con 154 personas a bordo a buscar un aeropuerto de alternativa en la Base Aérea de Morón. (Resulta inevitable una digresión sobre este hecho: en el dichoso palco de la masacre, donde el estimativo de víctimas fatales nunca baja de unos 400 y de un solo lado, tirando al bulto, estaba François Chiappe, (a) Labios Gruesos, para algunos el Nº 2 de la French Connection de la heroína cuyo jefe era Joseph Papá Ricord, protegido sin querer por Stroessner que hizo lo indecible por retenerlo hasta que no pudo más con la presión norteamericana para que lo entregara. En 1997 Chiappe volvió a la Argentina lo más campante y se instaló en La Falda y solicitó la residencia permanente en el país, total después del pasaporte a Monzer Al Kazar en 24 horas y venderle armas a Croacia, la cosa estaba para eso y mucho más, llegado el caso. Luego los rastros se pierden y para algunos habría fallecido en el 2001. Y una última vuelta de tuerca sobre ramificaciones que parecen no querer terminar nunca: Chiappe había sido detenido en la Argentina y no por Carmelita Descalza. Estaba adentro de Villa Devoto el famoso atardecer de la pueblada liberadora de la gloriosa Juventud Peronista, el 25 de mayo de 1973, después de la asunción del doctor Héctor Cámpora como presidente de la Nación, quien inauguró el cargo estampando la firma en la amplia, muy amplia, demasiado generosa amnistía que le reclamaban a gritos con la consigna “La sangre derramada/ nunca será negociada” y que se abrieran las rejas sin discriminación alguna. Porque entre los militantes guerrilleros, aparato de superficie, cuadros sindicales y estudiantiles y demás que fueron liberados en medio de una vocinglería y un caos infernal, en la lista elaborada por los parlamentarios peronistas estaba claramente incluido, sin lugar a equívoco alguno, François Chiappe, el que lo más choto salió por la puerta de Bermúdez y se fue para algún lado seguro después de haber compartido la los rigores de la cárcel con los compañeros de los que por lo menos había baleado a destajo desde el Puente 12, sobre la autopista Ricchieri, apenas poco más de medio año antes. Preguntarse quién lo incluyó en el listado, en medio de semejante quilombo en la calle, el Congreso y todas partes, además de un interrogante oligofrénico, puede desatar una de las tantas paranoias de los fundamentalistas que nunca faltan ni van a faltar.

Retomando la hilacha del prócer croata, hay más: en lo caótico y enrevesado de la documentación sobre cualquier asunto o tema que aunque sea roce sin querer al peronismo y su festón caleidoscópico, en un sitio de la red de inocultable simpatía montonera llegan a darlo hasta como guardaespaldas del caudillo. Durante su corta pero comentada estadía en Buenos Aires, a poco de asumir Alfonsín, quien le hizo prácticamente de vocero de prensa o, quizá mejor, retocador de su imagen, fue un secretario de redacción del por entonces cada vez más exitoso Ambito Financiero de Julio Ramos, el matutino de la Bicicleta Financiera por excelencia si lo había, si es que a su muy peculiar dueño y director no se le subía de repente la mostaza bostera y en medio de especulaciones bursátiles que bordeaban la metafísica aristotélica, en la surtida sección de alcagüeterías titulada Conversaciones de Quincho entraba a ver conspiraciones antiboquenses de cualquier calibre y en cualquier lado, dignas de encabezar cualquier Manual del Fundamentalismo Futbolero Paranoico, aunque resulte prácticamente imposible encontrar alguno que no lo sea. Mucho más joven que el personaje que representaba ad honorem, de gaucho, haciéndole la pata al paisano, el secretario de marras lo conocía al Milo de otras tenidas, todas en Europa, con un comienzo en el afín origen nacional, más una notoria vecindad ideológica por más que hacía lo indecible por tratar de disimularlo. Así como Nicolas Chauvin no puede ser otra cosa que francés, Ante Palevic no pudo haber sido más que croata. La preocupación que trasmitía como una letanía este profesional del círculo íntimo de Julio Ramos, especializado en los avatares de la economía liberal que se preparaba para reinar, siempre de parte del coronel, era la cantidad de pavadas que la prensa criolla de cualquier tipo que a su parecer tiraban sobre y contra su persona, sobre todo casi siempre rumbeando para el dormitorio. Pero lo que más lo preocupaba, como buen caballero que era, residía en aquellas que directamente o de emboquillada lo hacían con el objetivo de enlodar de alguna manera a La Señora, como era la nomenclatura oficial, y que constituían el 99,5% de lo desparramado como papel picado en carnaval. Aseguraba con un convincente entusiasmo que todo lo que se comentaba acerca de su nazismo y colaboracionismo eran pelotudeces de cuarta.

Todavía no había tenido en Buenos Aires la divulgación que tuvo después la traducción al castellano de Seix Barral del libro de Enzensberger que data de 1966, por lo que lo de su fructífera estadía en Ciudad Trujillo, safaris nocturnos en autitos alemanes y amistades para veladas animadas con largas y conversadas sobremesas no salieron a relucir para nada. La ruptura de relaciones de cualquier tipo que haya mantenido con la Chabela, al muy poco tiempo de su raudo paso por la Reina del Plata, no había sido en lo que suele llamarse de manera cursi buenos términos, según alguna prensa española. En lo que se coincide es que su fallecimiento se produjo no mucho después, en 1988, en una tierra siempre cobijadora y fraterna para los cofrades como en todo momento supo ser el Paraguay de Stroessner.

Todo un modelo a imitar. Sólo que en vez de Escarabajitos, mejor Falcon color verde, y cartón lleno. Nadie crea que nos hemos ido muy lejos y perdido en lo laberíntico de las asociaciones fáciles y que ahora estamos como gatito en lo más alto de árbol sin saber cómo hacer para bajar. En el fútbol todos los caminos también conducen a Roma, casi siempre con escala técnica previa en la ultraderecha y en las fronteras mismas de la legalidad, con incursiones muy veloces del otro lado de la raya que corren por cuenta y cargo de la proverbial picardía criolla criolla del potrero o la nunca bien ponderada viveza nacional y popular.