miércoles, 8 de octubre de 2008

"VEA, VEA QUE LOCURA;/ VEA, VEA QUE EMOCION..."

Facsímil de la tapa aparecida en junio de 1986, hace 32 años.


HECHO 1

ALBERTO MARIO Tito LINKER
18 años, empleado y estudiante
Domingo 19 de octubre de 1958
Vélez Sarsfield 2 - River Plate 1
Jugado en Liniers

Todavía no se habían acallado los ecos de la revuelta estudiantil contra la implantación de la enseñanza libre (autorización a las universidades privadas creadas hacía dos años para extender títulos profesionales); exactamente un mes antes había culminado la masiva movilización a nivel nacional con una concentración frente al Congreso. El enfrentamiento había incluso superado el plano de las ideas con la disputa abierta entre el flamante presidente constitucional Arturo Frondizi y su hermano Risieri, catedrático y filósofo, por entonces rector de la Universidad de Buenos Aires, que encabezaba, junto a otros profesores, las manifestaciones de protesta. El bochorno y la consternación juvenil se habían centrado en la figura de Gabriel del Mazo, uno de los pilares de la Reforma Universitaria de 1918, a la sazón integrante del gabinete. La palabra era una sola: "Traición". Hasta que por fin una Carta Abierta redactada por el socialista Guillermo Estévez Boero y firmada por una "convención nacional de centros de estudiantes de la Federación Universitaria Argentina", comenzaba diciendo:

Los universitarios de todo el país, que durante 40 años han estudiado los postulados de la Reforma Universitaria a través de sus escritos, deben dirigirse a usted, viejo maestro y reciente ministro, para aclarar un grave dilema: ¿tenemos un maestro menos?

El final era todavía mucho más duro e inclemente:

Esperamos su palabra; si tenemos que darlo de baja, lo haremos con profundo dolor porque será un trozo humano de la Reforma que queda en el camino, pero si seguimos contando con un maestro, ocho universidades nacionales lo rodearán con una fuerza juvenil que supera en mucho a la de 1918. Si así no fuese, le rogamos que nos devuelva el manifiesto. Miles de manos de todo el país tomarán la bandera que usted deja caer.


Maestro, 40 generaciones lo escuchan
.


No era el único tema urticante. La Iglesia advertía contra la posibilidad de una ley de divorcio, los contratos petroleros cuestionaban la integridad política entre lo prometido en una campaña electoral y lo que se hacía en el sillón presidencial, una ola de robos y asaltos sacaba a relucir que una vez más la policía era insuficiente y carecía de recursos, los diarios de entonces daban cuenta casi alelados de la abierta e indisimulada presencia de supuestos reporteros gráficos fotografiando manifestantes para los archivos de la Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE) y los estudiantes denunciaban los actos de provocación desde automóviles tripulados por miembros de la Alianza Libertadora Nacionalista que lideraba Guillermo Patricio Kelly. Jefe de la Policía Federal había sido nombrado el capitán de navío Ezequiel Niceto Vega; la estudiantina, con un humor no exento de conocimientos de lo mejor de la literatura nacional, lo llamaba Niceto El Pollo. El marino respondía con conferencias de prensa donde denunciaba los peligros de la "infiltración comunista". En la concentración del 19 de setiembre, el representante del claustro estudiantil [N de la R.:Omar Patti, quien había reemplazado a Roberto Delich al frente de la FUA] terminó su discurso con un vaticinio agorero:

-Si fracasamos en esta lucha, será la última batalla que daremos en democracia y libertad.

El Congreso sancionó la libertad de enseñanza durante el receso del verano.

Alberto Mario Linker era hincha de Boca: "Un fana tranquilo", contaron sus amigos que solía definirse a sí mismo. Cinco días antes le habían entregado la flamante libreta de enrolamiento que oficialmente lo declaraba ciudadano con todos los derechos políticos que jamás llegaría a ejercer. Era empleado de un comercio y "también estudiaba diversas materias con el propósito de capacitarse para los negocios". La noche anterior, con un amigo de su edad apellidado Miró, habían salido y regresado a la madrugada. Quedaron en volver a encontrarse a las 9 de la noche del domingo. Linker pensaba ir a ver a Boca, que jugó a la mañana contra Huracán en San Lorenzo por tener la cancha clausurada debido a desmanes varios, y luego cumplir con el rito del almuerzo dominguero, incentivado por festejarse el Día de la Madre, para luego echarse una siestita.

Los planes se le alteraron considerablemente.

Primero porque se quedó dormido y a pesar de vivir en Lerma casi Estado de Israel, cuando despertó ya era tarde y escuchó por radio el aburrido partido que Boca terminó empatando 2 a 2. El almuerzo, por lo menos, tuvo la doble satisfacción de festejar la recuperación de su padre, después de una larga dolencia, y su inminente regreso al puesto que tenía en la Flota Argentina de Ultramar. Se había acostado a cumplir la otra parte de lo propuesto cuando eso que algunos llaman destino le tocó timbre en la puerta: un vecino con auto iba a ver el partido en Liniers. Como sabía que tendría que estar solo, porque el autor de la invitación iba a platea, Tito manoteó su radio portátil, un armatoste de los de entonces con media docena de pilas grandes y estuche de gruesa suela.

A las 14:30, una hora antes de empezar el partido de primera división, en las inmediaciones y en la entrada hubo roces varios entre las dos hinchadas. Trompadas, piedrazos, corridas, bastonazos de la policía, forcejeos y otras alternativas le pusieron el marco previo necesario. Después, con esa sensibilidad rectora que caracteriza a. los dirigentes de fútbol, el entonces presidente de River, Enrique Pardo, aseguraría que "la actitud de Marrapodi fue la chispa que creó el clima tenso en las tribunas".

El hincha de Boca Alberto Mario Linker y su mamotreto radial se habían instalado en medio de la hinchada de River. El partido, futbolísticamente hablando, no tuvo nada destacable. Salvo que en el segundo tiempo, cuando ya los locales ganaban 2 a 1 y el arquero Roque Marrapodi, de Vélez Sarsfield, daba espaldas a la cabecera ocupada por los millonarios, empezó a hacer tiempo después de cada pelota que se iba afuera. Primero fueron insultos, escupitajos cada vez que se acercaba al alambrado, varias piedras que pasaron peligrosamente cerca, hasta que a los 41’ rodó espectacularmente tomándose la mano derecha ensangrentada: un cortaplumas abierto le había hecho blanco. El reglamento vigente entonces no permitía cambios y señalaba que un equipo no podía quedar en inferioridad de condiciones si un jugador era lesionado por incidencias ajenas al juego. El árbitro Luis Ventre pitó el final del encuentro y ahí fue cuando ardió Troya. En realidad, lo que también alcanzó a arder y los bomberos consiguieron controlar y apagar enseguida, fue un sector de las plateas bajas ocupado por simpatizantes riverplatenses. Por el alambrado de la cabecera una verdadera horda comenzó la invasión del campo de juego con claras intenciones hacia la humanidad de árbitro, Roque Marrapodi, jugadores dueños de casa y todo aquello que luciera a enemigo y se les cruzara por delante.

Realmente la tragedia será consecuencia de un conato de rebelión dentro de la Guardia de Infantería. El oficial inspector a cargo ordenó a sus hombres abrir fuego con las pistolas lanzagases y, aunque cueste creerlo, la tropa se negó. Como no hay mejor prédica que el ejemplo, el oficial le arrebató el artefacto al hombre más cercano y a las 17:40 disparó la primera granada hacia el centro de la tribuna donde estaban los de River. Al producirse el desbande y disiparse la primera nube de gas, pudo verse que quedaba un cuerpo solo, caído, con una radio portátil forrada en cuero a su lado.

La batalla se generalizó. La escena del oficial inspector, la momentánea rebeldía de sus hombres, cómo tiraba el granadazo fatal y después con otros lanzamientos no permitía que nadie se acercara a ayudar al caído fue registrada por uno de los reporteros gráficos y también quedaron constancias de cómo ese mismo jefe policial se volvió contra el impertinente fotógrafo, le arrebató la cámara y se trenzaron a trompadas. Otros reporteros y el propio Luis Ventre, árbitro del partido, debieron intervenir para separados y calmar los ánimos.

El escándalo fue mayúsculo. Móviles policiales, autobombas de bomberos y vehículos particulares fueron abollados a patadas y piedrazos, rotos los vidrios y algunos volcados. En una pizzería aledaña a la cancha irrumpió la Policía Montada y se llevó detenidos a todos los parroquianos. La batalla campal adquirió tales dimensiones que un camionero que pasaba con su vehículo por Juan B. Justo aceleró a fondo para no quedar atrapado y se llevó por delante a una familia entera que a pie, avenida traviesa, trataba de hacer lo mismo. Sus seis integrantes quedaron heridos de diversa consideración; la mujer mayor del grupo, de cierta gravedad.

Media docena de policías resultaron con heridas cortantes. El total de detenidos superó el centenar; pero a las pocas horas en la comisaría 44ª quedaba un veinte por ciento. A las 20:00 una considerable y espontánea manifestación de hinchas de River marchó desde el Congreso por Avenida de Mayo, deteniéndose en la pizarra de los diarios al grito de "¡A-se-si-nos! ¡A-se-si-nos!". Los corrillos callejeros hablaban de dos muertes, un fotógrafo herido y su cámara destrozada.

A todo esto, en la 44ª los cronistas destacados recogían el "trascendido de buena fuente" de un oficial de policía que "advirtió que durante una avalancha caía una persona al suelo, fracturándose la base del cráneo al golpear contra los escalones de cemento de la tribuna" (sic). En el Hospital Salaberry, donde había sido llevado Tito Linker, los médicos aseguraban que mostraba "una perforación de cráneo con exposición de masa encefálica" y que "tal herida se debe al disparo desde unos diez metros de una granada de gases". También solicitaron discreción a los periodistas porque habían mandado a buscar a la madre y el padre andaba por ahí: "Todavía no sabe nada", murmuraron. "Le dijimos que estaba, grave; lo estamos preparando".

Al día siguiente, en el velorio, sus amigos encontrarán en la prensa la única forma de descargarse: "Por aquí anda un tipo al que le dicen El Japonés. Va a todos los partidos y ése sí que es bochinchero terrible, pendenciero, en fin, un pésimo elemento, pero a él nunca lo arrestan, Sin embargo a Tito le acertaron con una bomba de gases lacrimógenos. ¡Cómo es el destino! Y aquí vino un policía a decir que Tito tenía una herida en la cabeza y que se la habían hecho otros hinchas con una botella de gaseosas. ¡Vamos!"

En un comunicado emitido el mismo domingo a la noche, la Policía Federal, después de una serie de consideraciones, afirmaba oficialmente que "durante los hechos, por causas que se tratan de establecer, resultó lesionado Alberto Mario Linker, argentino, de 18 años, soltero, se ignoran otros datos, quien falleció pese a los múltiples cuidados recibidos en e1 hospital Salaberry". Al día siguiente, el capitán de navío Ezequiel Niceto Vega llamó a conferencia de prensa ratificando con otro comunicado el anterior y asegurándoles a los periodistas presentes que había sido el público el que había agredido a los efectivos policiales y que por lo tanto la represión había sido correcta. Sobre las causas de la muerte de Linker se dejó entrever que había sido consecuencia de los desórdenes producidos por los hinchas.
El informe médico-legal que certificó la defunción estableció "lesión producida con una dirección de abajo hacia arriba" y que "las dimensiones del objeto deben haber sido iguales o poco mayores a la lesión que produjo (herida contusa de unos 7 centímetros, en forma de media circunferencia, con el lado cóncavo hacia abajo, en la región temporal derecha".

En sus ediciones del lunes 20 de octubre de 1958 el vespertino La Razón recogía el testimonio de Juan Reppeto, domiciliado en Barragán 275, muy cerca de la cancha: "Fue una reacción injustificada", opinó de la represión policial. Más adelante, al narrar el incidente del oficial inspector, acotaba: "Cuando cayó Linker herido de muerte, continuó arrojando granadas, impidiendo así que pudieran acercarse a socorrerlo".

Los comunicados de River y Vé1ez de ese mismo día fueron mesurados en la crítica al accionar de los uniformados. El Tribunal de Penas suspendería al Monumental de Núñez por cuatro fechas, pero al domingo siguiente, 26 de octubre, e1 equipo millonario salió como si nada, a la hora estipulada; en un estadio vacío, simultáneamente, en Caballito, escenario designado por la AFA, hacían otro tanto los de Huracán, el árbitro y los dos jueces de línea. A los 15’ le daban el partido perdido a River. Pero no pasó de ahí: la suspensión fue levantada y el desacato totalmente omitido. Tampoco jamás se supo quién era y qué pasó con el oficial inspector de la Guardia de Infantería. Lo único digno de destacarse fue que todos los partidos del domingo 26, debido a1 clima existente, se jugaron sin custodia policial de ninguna especie. Contra todos los vaticinios agoreros, no se produjo un solo incidente. De esta forma desde su mismo inicio, se comenzaba a perfilar una de las características sobresalientes del otro partido: la necesidad de la presencia policial, no importa si interviniendo o no, para que se produzcan este tipo de hechos.

El martes 21 La Razón publicaba algo que testimonia que lo sucedido y lo que vendrá no era ni nuevo ni desconocido: "Es evidente que las heridas de la víctima fueron provocadas por la granada de gases. También es evidente la responsabilidad de la policía, que no se discute. Esto no quiere decir que justifiquemos los desmanes de los exaltados. En todos los lugares del mundo se verifica este tipo de incidentes, producidos por la explosión de pasiones incontroladas y estimuladas por factores ambientales de distinta naturaleza que no viene al caso analizar. Lo cierto es que en un estadio donde concurren 40 mil espectadores, el número de exaltados no pasa de 200 y su localización no es difícil, especialmente para quien se coloque en un lugar estratégico como para dominar el amplio panorama del espectáculo. La policía no podrá controlar nunca el menor desvío de las muchedumbres si en un estadio de fútbol se ubica en el field en lugar de hacerlo en las tribunas. En esa forma se podrá ver mejor el partido, pero no ejercer la misión de prevenir incidentes, velar por la corrección de un espectáculo y, consecuentemente, la seguridad pública que se confía a su custodia. Los clubes deben también, como participantes en primer grado en la fiesta deportiva, vigilar las conocidas barras fuertes (sic), cuya ubicación en el estadio es previsible domingo a domingo, ya sean locales o visitantes".


¿Y esto? A falta de mejores datos era la primera vez que se lo sacaba a relucir, y más en un vespertino sábana que bordeaba el medio millón de ejemplares en una ciudad que por entonces hay que ver si llegaba al 1,5 millón de habitantes. En otros términos, estaba el terrenito y los cimientos listos para las barras bravas que van a llegar oficialmente instauradas y rentadas a partir del Año de los Empresarios para echar a rodar el Fútbol Empresa primero y el Fútbol Espectáculo después, vigente hasta nuestros días.