miércoles, 8 de octubre de 2008

UN MUNDO CELESTIBLANCO

Logotipo de un sitio con una radio on demand de música relacionad con el deporte en Internet


Argentina reafirmó en Lima lo que Valentín Suárez & Co. habían descubierto y puesto sin ambages sobre el tapete, con bombos, platillos y churumbeles, cuando se le ganó, en 1953, en el Monumental de Núñez, con el mismísimo Perón en el palco oficial y a cargo del puntapié inicial, por primera vez a los ingleses 3 a 1: no había con qué darnos. Contra la habilidad y picardía innata del jugador criollo, jamás podrían superarlos esos armatostes grandotes al pedo, torpes, bien entrenados, sí, pero que terminaban mareados por tanto toque. Después, cuando los tiempos así lo aconsejen, toda la estantería se le va a dar vuelta como paraguas en la tormenta, siguiendo la máxima del General, quien cuando le preguntaban si su ideología era de derecha o de izquierda, respondía imperturbable: “Según los hechos.” A principios de los ’70 en cuanto reportaje le hicieron dijo exactamente lo contrario sin siquiera ponerse colorado. Estaba codo a codo con Juan Carlos Lorenzo, (a) El Toto, discípulo del Helenio Herrera del Inter y el doble catenaccio, quien pregonaba, con un perfecto y envidiable manejo de la paronimia: “Hoy no se juega el fútbol; se corre al fútbol.” En aquellos años, soportados por los indudables triunfos de un superdotado como Juan Manuel Fangio, (a) El Chueco, con aquellas catraminas pisteras que preludiaron a la F1 contemporánea, más lo vocinglería de los hermanos Sojit que inventaron que cada día soleado era un Día Peronista, no habíamos jugado contra nadie, estábamos aislados, pero éramos los mejores del mundo, qué joder, y el que no estaba de acuerdo que demostrara lo contrario si le daba el cuero.

Entre las muchas banderillas que le clavaron al toro del imaginario colectivo nacional, a falta de ideólogos que ayuden a zafar ahí están las inagotables usinas del humor ácido y coprofágico, que hay que reconocer que no deja de ser una alternativa tan momentánea como saludable e ingeniosa por donde se la mire. La Revista Dislocada, un éxito total en la radio de los ‘50 que escribía y dirigía Delfor, impuso la muletilla del She dishe pero no lo vamo a hasher, en boca de un funcionario abstracto que respondía a un mucho más abstracto interrogatorio periodístico, y también mucho antes de embocarla, ahora sí para la Historia con mayúscula: la dichosa y casual nominación de gorilas para los antiperonistas que habían triunfado en setiembre de 1955.

Cuando en abril de 1957 se barrió con cuanto rival se cruzó para que la Copa América o Campeonato Sudamericano, como quiera llamársele, volviera a Buenos Aires, con Raúl H. Colombo a la cabeza, ya titular de la AFA, se juró por todos los santos del cielo que sobre todo a Maschio, Angelillo y Sívori, los tres centrales de un equipo que tocaban como una orquesta no se los vendería jamás de los jamases. A todo esto, Colombo, para variar, tenía lo suyo. Provenía del club Almagro, fundado en 1916 sobre los restos del Liberal Argentino, a un paso del Parque Centenario, donde en períodos separados lo presidió durante unos ocho años. Mucha alcurnia futbolera jamás curtieron, pero es el único club que ostenta la curiosidad de tener como marcha a un tango común y silvestre, obviamente intitulado Almagro, de Vicente San Lorenzo e Iván Diez, que data de 1930 y lo dejara grabado nada menos que Carlos Gardel. Instalados en Medrano casi Díaz Vélez, en la misma barriada, con una fama sin igual de ser un garito de aquellos, empezaron a buscar un lugar verde para hacer una cancha, cada vez más escasos y caros en la Capital Federal, por lo que recalaron en José Ingenieros, donde inauguraron un gallinerito en 1956 y cuyo puntapié inicial, entre otros figurones, lo dio don Raúl, ya presidente de la AFA, el Ministerio de la Pelota con teléfono rojo directo a la Rosada, porque al respectivo titular que respondía a los peronistas le habían marcado el camino del túnel (no había tarjeta roja entonces), y luego de un breve interinato, el por lo menos no peronista de pura sangre fue el ex titular de un Almagro, institución cuya importancia y peso futbolístico había que levantar varias baldosas para encontrarlos. Pero hete aquí que la llegada triunfal de Arturo Frondizi al gobierno lo encontró casualmente alineado en la UCRI, y como Facundo Quiroga en su tiempo, que saltó de sargento a comandante sin estaciones intermedias, y también como haría después el Hermano Daniel, de cabo a comisario general de la Policía Federal del mismo modo, con la única incomodidad de tener por lo menos que agregarse las jinetas correspondientes, Raúl H., que era celador de un secundario estatal de la zona consiguió que lo designaran rector de un plumazo y ya está. Bajó su batuta estarán los Carasucias de 1957, sentarse y hacerle pito catalán y un corte de manga a que no iban a vender a ninguno y la media docena checa envuelta para regalo en Suecia, como hacerle su lugar sin pestañear al Fútbol Empresa con una troika gobertando entre bambalinas. Y si bien los vientos históricos se volverían cada vez más cambiantes, él, mal que mal se las ingenió para hacer la plancha hasta 1964, en medio del batifondo uniformado de Azules vs. Colorados y el interinato del anodino rionegrino José María Guido.

En 1957, como primera medida, al grito de She dishe pero no lo vamo a hasher, lo primero que se hizo fue vender al excepcional trío de centrales, haciendo casi omiso a todas las puteadas imaginables que ocultaban la falsa conciencia que primero la guita y después hablamos. Don Guillermo Stábile, un Nº 9 de Huracán y la selección que había sido un exquisito jugando y metiendo goles, era un DT de la época, pintado: lo más atrevido que le indicaba a un jugador era que hiciera lo que sabía hacer y que se desmarcara, como confesaría El Bocha Maschio muchos años después, con una sonrisas entre la piedad y la nostalgia. Así que para ir a Suecia rejuntó lo que había quedado del remate por fin de temporada y entre otras cosas reemplazó en el arco al Rogelio Domínguez que se había ido a España por un Amadeo Carrizo, (a) Tarzán, arquero que marcó una época no sólo en la Argentina, salvo cuando jugaba contra Boca en la Bombonera y ese año demostraría que cuando tenía que ponerse bajo los tres palos de la selección.

-No lo podías creer, pibe –se cariaconteció Corbatta en aquel bolichón de la avenida Belgrano, frente al Fiorito-. Era un arquerazo. Nos jugábamos una montaña de guita cada vez que me tocaba patearle un penal por el campeonato. Además, éramos amigos, nos queríamos un montón. Pero estábamos en el vestuario con toda la selección, lo veías ponerse la camiseta y era otro: se cagaba, se cagaba todo…
-No había nada que hacer -concluía fatalista, amargado por la constatación, y por haber sido testigo de un fenómeno humano que menoscababa el prestigio de semejante colega y amigo.

La catástrofe se tendría que haber previsto mucho antes de ir a Ezeiza. Pero subieron a la guillotina cantando La Marsellesa a voz en cuello…

En el mundo en general, a todo esto, que no había parado por el torneo jugado en Lima ni se detendría para mirar la Jules Rimet a disputarse en Estocolmo y alrededores, tomó tanto o más en cuenta que el 1º de febrero de 1958, en la porfiada carrera entre las dos superpotencias, con el Explorer Iº por fin EE.UU. podía poner un artefacto en órbita y salían de zapateros. Dos días después, luego de las arduas negociaciones previas por un adlátere de lo que se consideraba el ala izquierda del peronismo como John William Cooke, por un lado, y el ex comunista Rogelio Frigerio por el otro, que sería el ideólogo del desarrollismo que nunca dejó de analizar la realidad con la metodología del materialismo histórico marxista, y que representaba a la UCRI de Arturo Frondizi, el desjinetado General por sus pares y excomulgado por el Vaticano, acusado de mandar a quemar iglesias en junio de 1955, le ponía la rúbrica a un Pacto Secreto que le prometía los votos a cambio de un levantamiento de las proscripciones, enjuiciamientos y persecuciones políticas y devolución de los sindicatos y otros escaños del poder por el simple hecho de ser peronista.

Se dice que uno de los moscardones que nunca dejaron de revolotear por sus alrededores, le preguntó entre extrañado e incrédulo:

-General, ¿usted cree que el doctor Frondizi va a respetar todo esto que usted firmó?

-No –contestó Perón con absoluta naturalidad.

Pero antes que el otro pudiera tener alguna reacción le espetó:

-Y nosotros tampoco, mijito. ¿Para qué cree que existen los acuerdos si no es para no cumplirlos? Si los hombres estuviéramos realmente de acuerdo, no tendríamos necesidad de firmar nada.

Acababan de parir un bebé muerto. No sólo el correntino Arturo Frondizi no lo firmó, refrendando lo pactado, sino que el 23 de febrero, con el abrumador apoyo peronista, también el de grupúsculos independientes de izquierda que incluso van a llegar a ser funcionarios y un tibio apoyo del PC local, la fórmula que completaba el maestro rutal y abogado santafesino Alejandro Gómez, un radical del tronco ortodoxo, se alzó con 4 millones de votos contra los 2,4 que consiguió ramonear la de la UCRP, encabezada por el sempiterno Ricardo Balbín, (a) El Chino, platense, y el cordobés Santiago del Castillo, un sabatinista que nunca se supo por qué no estaba con los intransigentes del otro lado.

A todo esto, ese mismo domingo, en Cuba se corría el IIº Premio de La Habana y un militante solo, armado, del aparato metropolitano del Movimiento 26 de Julio, en el lobby del hotel donde estaban todas las estrellas del automovilismo mundial, como Stirling Moss, que lo sucedería en el cetro y que hasta intentó una reacción pero se contuvo por el inequívoco movimiento del arma del otro, que a pesar de estar bastante nervioso, más bien parecía abatatado, pero así y todo procedió a llevarse con él a un Juan Manuel Fangio bastante tranquilo, dentro de todo, solícito y colaborador porque no entendía todo lo que estaba sucediendo a la luz del sol, que en una de esas se cruzaban con un botón de Batista y encima se armaba la de tiros. Lo retuvieron 26 horas, paseándolo de casa en casa a cara descubierta y tratado a cuerpo de rey por las dueñas, que se desvivieron en que no se sintiera incómodo y hasta le trajeron los diarios, no maniatándolo, amordazándolo o vendándole los ojos en ningún momento. Lo soltaron en la puerta de la embajada argentina y hasta la pidieron disculpas. El Chueco después se reía y decía que en el fondo le habían hecho un favor porque la Masseratti que le hubiera tocado correr fundió hasta el caño de escape casi enseguida que le bajaron la bandera a cuadros de largada, a pesar de que con él había logrado el mejor tiempo en las clasificaciones. Con el tiempo, el quíntuple campeón del mundo, un hombre de para nada ocultas ideas liberales en lo económico y reaccionario de derecha a rajatabla en lo político, punta de lanza de una Mercedes Benz que con sus camiones buenos, baratos, resistentes y de bajo consumo van a ser el primer paso necesario para el desguase ferroviario, se hizo amigo de sus captores, se filmó una película con el incidente y lo que en un primer momento apareció como un hecho conmocionante, pasó a ser parte de un cotillón pintoresco y amable de una historia mucho mayor.

La isla, sólo rescatada por la prosa de Ernest Hemingway, en medio de la miseria y lo corrupto de un régimen asesino, no pasaba de ser un prostíbulo y garito para que los yanquis pasaran los week end. El dictador Fulgencio Batista rechazó de plano el 1º de marzo una propuesta de la Iglesia católica de formar un gobierno de unión nacional y así tratar de frenar la que ya se venía. Casi a fin de ese mes, en la URSS, asumió como secretario general del todopoderoso PC un petisito rechoncho, la cabeza como bola de billar, hasta brillosa, llamado Nikita Kruschev. No tardaría en venirse como el desplome de un techo lo que dio en llamarse El Deshielo Stalinista, es decir, admitir que todo lo que había sido rechazado como mentiras burguesas para desestabilizar a la gloriosa Patria de los Trabajadores de Lenin & Co., infamias tales como campos de concentración, persecución implacable contra los disidentes, que Lavrenti Beria -jefe de la Cheka, la temida y letal policía política- y el KGB -variante roja de la CIA- eran igual o peores que las SS de Hitler, y muchas cosas más de una lista tan extensa como escalofriante, era totalmente cierto. Los obedientes comunistas criollos que se habían alineado junto a los conservadores y cuanta resaca reaccionaria andaba suelta en la Unión Democrática de 1946 para enfrentar al rotulado como fascista, agente nazi y discípulo del falangista José Antonio Primo de Rivera, léase: el todavía coronel Juan Domingo Perón; que encima se habían turnado, acalambrado y retorcido a punto de orinarse encima en los locales partidarios, firmes como Granaderos cuidando la Rosada, junto a los féretros vacíos cubiertos con la bandera roja, la hoz y el martillo, clonando el velorio que en el Kremlin le estaban haciendo al mariscal georgiano José Stalin, también llamado cariñosamente El Papaíto, se quedaron de una pieza.

Boquiabiertos.

Patitiesos.

Pero, sobre todo, mudos y descerebrados.

El 9 de abril, bajo la conducción del Movimiento 26 de Julio que no sólo había conseguido al final desembarcar, sobrevivir de manera milagrosa a la emboscada que los esperaba en tierra por una delación a sus militantes, entrenados en México por un coronel republicano español, también exiliado allí, sino hacerse fuertes en la Sierra Maestra con una guerrilla que cada vez reclutaba y entrenaba más jóvenes, le tira al ya flameante régimen una huelga general revolucionaria. Menos de un mes después, el día en que todo el mundo -menos EE.UU.- celebra la Fiesta de los Trabajadores, con gran pompa, asume Arturo Frondizi como presidente constitucional y a pesar de no haber firmado el acuerdo con el todavía Tirano Prófugo para la nomenclatura oficial reinante, el 23 de ese mismo mes el Congreso Nacional aprueba la amnistía Nº 16 en lo que iba desde la Constitución de 1853, pero a la que jurídicamente no se ha podido igualar y mucho menos superar por el espíritu generoso, la amplitud total en materia de ideas políticas y la altura de los objetivos realmente pacificadores en busca de la quimérica unión nacional. La recepción que lo esperaba no tuvo mayores novedades. El stablishment había sacado a relucir el repetido –pero siempre efectivo- repertorio en torno a que el auge de la delincuencia ya no se podía soportar más, sobre todo en los editoriales de los grandes diarios bordeaban que faltaba poco para que los ladrones se anunciaran con tarjetas de visita o que para asaltar bancos llamaran a licitación, las policías estaban con los brazos laxos por los sueldos bajísimos y por la falta total de equipamiento, la seguridad de la población exigía de las nuevas autoridades, máxime surgidas de la voluntad popular, una solución sin dilaciones. En Europa a esto ya lo conocían y lo llaman carrousel du crime: empieza por los delincuentes y termina en el lomo de las protestas obreras y estudiantiles. Pero los europeos siempre han hecho gala de tener una insanable tara congénita: pensar como europeos. Y esto era la Argentina, otra cosa muy distinta, aparte de mucho mejor. La Iglesia se prendió a la comparsa y prácticamente al borde de la autoflagelación, persignaciones a granel, miles de misas e invocaciones a todo el santoral, rezongó plañideramente por una supuesta y solapada campaña en sordina para restablecer el divorcio que por unos días había alcanzado a instaurar un peronismo ya boqueante.

Cartón lleno.

En los primeros días de junio, convencidos de que con sólo salir a la cancha y que el contrario que sólo viera la camiseta, iba a firmar la planilla y se volvería cabizbajo y derrotado para el túnel, partió la delegación argentina rumbo a Suecia y al sueño dorado de las esbeltas tan rubias que tenían el pelo blanco, totalmente desinhibidas, se entraban a sacar las trusas con solo mirarlas fijo, y más si se trataba de latin lovers. En Estocolmo, debido a alguna campaña en contra de las que siempre hubo, por la envidia ponzoñosa que nos tienen en todos lados, debido a la fama injusta a todas luces que tenían los jugadores argentinos, no precisamente por sus habilidades con la pelota, los alojaron en un loquero reciclado, más bien un poco aislado de lo urbano y poblado en un país que pasa la mayor parte del año a oscuras…

El 8 de junio dio comienzo oficial la tenida. Una semana después Checoslovaquia le obsequiaba a los albicelestes un 6 a 1 inédito. Carrizo fue un testigo de lujo a la hora de dar cuenta cómo pasaba la pelota de largo, siempre lejos de su alcance. Mucho después, ya en la ruina económica y de salud, durmiendo en la camilla del vestuario de visitantes de la cancha de Racing, El Loco Corbatta le confesó al autor de este trabajo que el día del infausto partido se había acostado a las 02:30 hora sueca.

-¿Qué anduviste haciendo?

-¿Sos loco, pibe? –fue la casi iracunda respuesta-. ¿O me estás cargando?

La delegación volvió antes de la consagración de los brasileños por 5 a 2 en una final frente a los locales, con el negrito Edson Arantes do Nascimento, (a) Pelé, también La Perla Negra o si no O Rey, de 16 años haciendo lo que se le ocurría. Una nutrida feligresía de la humillación se llegó hasta Ezeiza y les dio monedazos sin piedad y sin distingos, amén de sentidos recuerdos sobre sus madres y otros miembros de la parentela. Sobre todo les tiraron como si se tratara de un Padrido Pelao con las flamantes de 50 centavos a las que habían bautizado chanchitas, se ve que por lo redonditas y comparativamente pesadas:

-Cómo dolían –nunca dejó de quejarse Carrizo cada vez que lo recordaba.

El remezón interno por semejante bochorno sólo podría ser comparable en cierta manera a la realidad de la rendición incondicional en Malvinas, luego de sopapearlos como a chicos en los comunicados radiales y televisivos, más las coberturas especiales de la prensa gráfica. Simplemente no se podía aceptar que no éramos los mejores del mundo y unos comunistas de mierda, muertos de hambre, nos habían hecho tragar el polvo de la derrota más infame. Para colmo, luego de la revanchista Revolución Libertadora de setiembre de 1955, a partir del campeonato de 1956, como lo muestran las estadísticas oficiales de la AFA, la merma de entradas populares vendidas empezó a ser más que notable. Semejante fenómeno masivo sólo podía ser producido, en lo cuantitativo, por un solo sector social: los obreros. La característica eminentemente ciclotímica del argentino medio hizo que del triunfalismo más insolente se pasara la tétrica convicción de que todos los jugadores de fútbol ganaban sumas siderales y en el fondo eran unos vagos y borrachos de mierda.

Las ideas en boga indicaban que había que mejorar la oferta para que volviera la demanda. Los carcamanes apolillados que estaban apoltronados en las Comisiones Directivas sólo estaban interesados en las cenas de homenaje, actos patrios y hasta en promover torneos de bochas o sapo. Fueron segados por una minoría decidida que relumbraba modernismo y tenía un extraño eco en la prensa de entonces. Salvo por testimonios aislados de jugadores, jamás se observó, menos investigó, con detenimiento y metodológicamente el inédito fenómeno social de la transformación radical de toda una franja de la sociedad a la que se le cambió la identidad y se le trastocó los valores. Más allá de cualquier juicio de valor o crítica ideológica se trató de un suceso que en las planificaciones previas tenía todos los visos de ser quimérico. Aparte, todavía es hoy es totalmente inédito en el mundo. Sin contar con el coletazo que va a pegar sobre la sociedad total, de la que deja de ser un reflejo tardío, para invertir el proceso y convertirse en el modelo a seguir. Lo simbólico se convirtió en estructura y viceversa. Pero lo que no se debe perder de vista es que tanto la corrupción como el violentismo futboleros estuvieron siempre presentes. La entrega de talonarios gratis y el copamiento de asambleas por grupos de pesados fueron prácticas que en los ´30 instauraron los radicales cuando se replegaron de la política de comité y se refugiaron en los clubes por la dictadura fachistona de Uriburu, que aparte de implantar la hora de la espada, el hijo del vate, como jefe civil de la Policía Federal, importó la picana eléctrica y el fútbol pasó a ser una cuestión de Estado. Lo que va a hacer de manera realmente innovadora y revolucionaria el Fútbol Empresa primero y el Fútbol Espectáculo después, como a enemigo que no se lo puede exterminar hay que pactar con él, es reciclar esos elementos y usarlos en beneficio propio. La policía que asesinó a Linker no es ni mejor ni peor que la actual. La digitación de los árbitros desde el máximo sillón de la AFA mueve a sospechas y más de una trifulca. Horacio Elizondo, casi sin dudarlo el mejor árbitro de la historia del fútbol, se retiró sin haber dirigido nunca al Arsenal e Independiente de los Grondona Hnos. El sustento económico de las barras bravas tiene una sola caja de origen y la canilla libre policial para montar los llamados Operativos Especiales por los que cobran el llamado servicio adicional según la cantidad de gorras que a su antojo fija el comisario de la zona se vino vergonzosamente abajo cada vez que un dirigente se reviró y se le dio por contar si el dinero que estaba pagando coincidía con la cantidad de efectivos reales que se había dispuesto oficialmente. La cínica y perversa muletilla de que violencia hubo siempre se vuelve como escupida contra un ventilador cuando se constata, sin mayores esfuerzos, que esa violencia organizada desde arriba y profesionalizada forma parte del negocio del fútbol junto a las cuotas societarias, la publicidad estática o el esponsoreo en las camisetas y equipos deportivos, la venta de jugadores o la televisación de los partidos, donde hay hijos y entenados, tales como equipos de viernes, sábados y domingos, los de aire y los codificados, etc.

Los ostensibles huecos que empezaron a quedar en los tablones no iban a tardar en ser vueltos a llenar en parte por la minorías organizadas desde arriba, jerarquizadas y profesionalizadas de las barras bravas y su parafernalia de banderas de todos los tamaños, el retumbar tribal de los bombos, descamisamiento de sus integrantes que aparte de rotar totalmente su postura corporal, dándole la espalda al espectáculo para volverse ellos espectáculo de sí mismos, al contrario de lo que había sucedido siempre, eran capaces de gritar y darle a los parches los ’90 minutos, sea cual fuere el resultado del partido. Los colores y los sonidos de canchas y estadios cambiaron totalmente [Antonio Roversi]. Con el tiempo, el enmascaramiento de los rostros merced a pulcras pintadas con los colores del club o nacionales se encargó de patentizar por qué, en sus orígenes, fútbol y carnaval habían partido de lugares vecinos y volvían a juntarse.