miércoles, 8 de octubre de 2008

HASTA MARIA ELENA WALSH LES CANTO A LOS EJECUTIVOS

José María Muñoz, El Gordo de America, fue la simbiosis exacta y estentórea entre los estadios y las FF.AA.

Ya se apuntó el festejo con bombos y platillos de La Nación que en 1959 había dado comienzo el Año de los Empresarios y adiós a todo viso de romanticismo, medias caídas, camiseta afuera del pantaloncito, no orinar en las escaleras, fair play o cosa que se le pareciera. Lentamente se empezaba a enhebrar la Religión de los Resultados. Eso sí, antes de continuar en otros vericuetos y la avalancha de datos es necesario resaltar que se había iniciado, a la luz del día, en lo simbólico futbolero, con el peso que tiene en la formación de la cultura de masas y la identidad social, la legalidad que será incuestionable, gran negocio de un turbio sector y proceso irreversible que los hombres eran mercancía comprable y vendible. Podían no ser negros y no estar encadenados, sometidos a una dieta de galletas agusanadas y agua apenas potable, como nos enseñaron en la escuela que había sucedido hasta la Asamblea de 1813, cuando formalmente se decretó la libertad de vientres; a partir de ahí, lucirían pantaloncitos cortos, harían goles magistrales de los otros, los ovacionarían hasta el desgañitamiento y los idolatrarían toda la eternidad que tiene ese un ratito en la historia, por mucho tiempo materializada en la tapa de El Gráfico, reciclando una nueva forma de esclavitud con cadenas de oro que una minoría podría convertir en campos, pizzerías, autos último modelo o starlets en ascenso para ser también materia comerciable en la prensa del corazón.

También que la intrepidez y la ayuda de una sociedad huera, casi al garete, los llevó a intervenir de lleno en la Guerra Fría y ofrecerse como paradigma. Más que nada Armando, que de los tres era que tenía un discurso más articulado y un vozarrón por momentos intimidante, con la para nada despreciable boca de expendio por Canal 11 de formar parte del elenco estable de Tiempo Nuevo, conducido por Bernardo Neudstad, todavía en blanco y negro, el fútbol argentino era el más rotundo mentís de la pregonada lucha de clases que agitaban los comunistas sobre los endebles cerebros de los jovencitos: ¿acaso en las tribunas, todos los fines de semana, no se abrazaban como hermanos hasta el más chancho burgués con el más hediondo zaparrastroso? ¿Eh?

Bueno, eso siempre y cuando, entre otras cosas, tiraran para el mismo lado y en la AFA los clubes chicos no se debatieran como gatos entre la leña ante el arrollador avance de Los Grandes, con River y Boca en primera línea. Pero este tipo de detalles no sólo no llegaban a debatirse públicamente, sino que pudorosamente se los evitaba. El deporte, antes que nada, une a los pueblos.

La casualidad no es determinante, pero existe y suele aportar su granito de arena. El 24 de abril de 1958 los libertadores decidieron privatizar Radio Rivadavia, que ya llevaba 30 años. Se la dieron a dos corporaciones amigas, por supuesto, y ese mismo año se da que muere Edmundo Campagnale, el creador de La Oral Deportiva, un bastión que todavía subsiste, y al que premonitoriamente acompañaba la finura de Enzó Ardigó, director de Radiolandia, crítico de cine y periodista de espectáculos, en el primer ensamble entre estos dos ámbitos que hoy están fundidos. El lugar del pionero fallecido fue ocupado por José María Muñoz, (a) El Relator de América, hombre de confianza del Ejército y uno de los puntales del Mundial 78, y que durante 35 años prácticamente va a monopolizar la información y transmisión futbolera.

Ya estaban todos los protagonistas en la cancha. Faltaba el puntapié inicial.